Los retratos de perros con trompas de elefantes invadieron  sorpresivamente muros, paredes y fachadas de tantas casas de la bella ciudad de Iquitos. Nadie sabía en ese entonces  a quién  se le ocurrió difundir las  imágenes de una  aberración de la naturaleza, de un engendro surgido de alguna desviación a nivel celular. Las  imágenes provocaron algunas reacciones de miedo en algunas personas que consideraban que era una mala señal, la advertencia de algo grave que iba a pasar en cualquier momento. Otros no dudaron en decir que se trataba de símbolos de una secta diabólica que había abierto su sede en nuestra hermosa urbe. Unos cuantos decían que por las noches se oían ladrar  y lanzar alaridos de paquidermos a las figuras.

Las figuras monstruosas siguieron extendiéndose entra los muros, paredes y fachadas y agarraron los arrabales finales, los lugares marginales que rodeaban a la metrópoli. El miedo hizo que algunas personas decidieron armar un colectivo para combatir contra los retratos de los engendros. Fue así  como apareció un contingente voluntario que durante las noches se dedicaba a borrar las imágenes de la ciudad. La abnegada labor pronto encontró ayuda en varias personas que se sumaron a esa cruzada. Pero cuando ya se acababan los malsanos retratos apreció una denuncia.

La misma fue obra de un infaltable candidato que apeló al uso de su  libertad política para realizar su campaña como le viniera en gana. Sucedió que cierta vez se  le ocurrió inventar un animal que superara a los otros animales que  eran referentes de los políticos y partidos locales. Y así surgió ese can con trompa de paquidermo que era una aleación de dos seres de la naturaleza que se unían para dar fe de todo un símbolo del poder. No quiso ponerse el nombre de cualquier animal, quería aplastar a todos aquellos gatos negros, otorongos, tigres, cachorros, loros, gallos, etc.