ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
Hace quince años, la víspera del día del maestro, murió uno de los mejores maestros. Había llegado de España, desde Valladolid, desde Castilla y León para evangelizar. Estuvo por Intuto y, también, por Nauta, Iquitos, ciudad donde trabajó incansablemente por y para los jóvenes. Enseñó en la Gran Unidad Mariscal Oscar R. Benavides y en el Colegio San Agustín. Maurilio Bernardo Paniagua educó y evangelizó a varias generaciones de hijos y padres. Fue un maestro.
Se ha cumplido quince años de su fallecimiento y se le mencionó levemente en la misa dominical de la parroquia San Agustín. Se ha perdido una oportunidad para dar a conocer desde la Iglesia el trabajo que desarrolló dentro y fuera de la comunidad cristiana. Pocos saben –me refiero a los jóvenes estudiantes del colegio que dirigió en varias oportunidades- que edificó esa mole de cemento donde se eleva la parroquia de los agustinos. Que el auditorio allí ubicado fue idea suya y que laboró incansablemente en el la elaboración del proyecto, su ejecución e inauguración. Ya cuando fue entregada a la comunidad de Iquitos se encargó de su administración. Dejó la docencia diaria porque eso era lo decente. Se dedicó a la parroquia con alma, corazón y vida. Y en ese trance perdió la vida. Como una ironía de la vida misma. Murió en el convento que tienen los agustinos en Valladolid y sus restos fueron depositados en el cementerio de la comunidad, como todos los sacerdotes de la Orden que mueren por allá.
La Iglesia Católica –la misma que organiza respetables veneraciones a tantos- en Iquitos se ha olvidado de recordarnos que Maurilio realizó una obra inmensa en la Amazonía. Un poco contrariado por esa omisión la he comprendido porque él mismo no era adepto a las celebraciones cuando se trataba de su persona. Se desvivía por realizar ceremonias para otros. Lo hacía con amor. Seguro que también hubiera comprendido ese silencio jerárquico de su propia Iglesia. Hubiera comprendido que el Vicariato Apostólico de Iquitos –que tantas veces dirigió, además- no recordara los quince años de su fallecimiento. Y le bastaría con saber que en varios hogares amazónicos y diversas personas aún después de tres lustros de su muerte siguen su ejemplo de vida.