Era un simple ladrillo que se quedó solitario en el kilómetro 13. 5 de la carretera a Nauta. Hacía años, con bombos, platillos y fotos difundidas hasta el hartazgo, fue puesto allí por una autoridad atolondrada que quiso impresionar a la platea o pescar en el río revuelto de la desinformación. Porque ese modesto ladrillo era una supuesta primera piedra que anunciaba una obra formidable: la construcción del local del Instituto Regional de Enfermedades Neoplásicas. Pero en ese momento dicho local era un invento, algo fantasmal, bastante quimérico.
El simple ladrillo puesto en aquel lugar era un delirante desliz pues dicho instituto carecía de todo. Carecía de expediente técnico, no tenía el código correspondiente, no existía el presupuesto en ninguna parte y no había el contratista para ejecutar la obra. Era un simple invento, un mero deseo sin sustento. En medio del bosque y del descuido el modesto ladrillo se cubrió de musgo, de zorrapa y hasta dejó que le salieran raíces adventicias. Allí quedó, abandonado, soportando las inclemencias y los rigores del clima torpical. Lo peor de todo no fue eso abandono, sin embargo.
Lo peor fue que esa autoridad atolondrada se acostumbró a poner simples ladrillos en cualquier parte como si se trataran de formidables primeras piedras. Como si sufriera de algún delirio, no dejaba escapar ninguna ocasión para sembrar sus ladrillos. A lo largo y ancho de la región se puede encontrar ahora los ladrillos puestos para rebajar el precio del gas, tal y como lo anunció en su campaña. También se encuentran en varias calles incontables ladrillos que anuncian los Senatis populares que hasta ahora brillan por su ausencia. Y así sucesivamente. Al término de ese gobierno quedó el ingrato espectáculo de ladrillos colocados aquí y allá. Abandonados desde siempre, esos ladrillos parecen partes dispersas de un edificio que nunca se construyó.