La soledad del blog hay veces se ve compensada con un mensaje inesperado que te puede llegar cuando menos esperas. Te paraliza por unos minutos. Te llena de recuerdos, emociones. Te inundas de dicha. Apenas puedes balbucear. Es un zurriagazo del azar que te altera el día para bien. Cuando era niño y vivía a unos metros del Océano Pacífico en Pisco muchas veces estaba tentado escribir un mensaje en una botella y lanzarla al mar. Siempre pensé que era una edulcorada historia – claro, muy ganado por mi pesimismo existencial. Nunca lo hice. Más bien me llenaba de historias con mi febril imaginación de párvulo cuando una ballena moría en la playa cerca de la casa. Dicen que morían por el mal uso de las ondas del sónar de los submarinos. Era cetáceos inmensos ¿qué nos hubiera contado de los recuerdos de su memoria? ¿Qué mares y océanos atravesó? Hace un tiempo atrás escribí sobre mi amiga Sulamita Gottlieb a quien conocí en un verano de Boston y quien me motivó a escribir historias subvirtiendo la realidad. Gran consejo que nunca abandoné. Es un oficio que nunca reniego porqué me ha brindado amigos o amigas como Sula. Un día muy temprano al abrir el blog me indicaba que he recibido un mensaje, me quedé un poco intrigado, y me decía el breve mensaje que era la hija de Sula, Raquel. Me quedé de piedra. Lo releía y no daba crédito- era un mensaje de una botella lanzada al mar. En esos momentos mil recuerdos chispearon mi memoria. Balbuceaba, no puede ser. Era como si la voz afable de Sula volviera de un viaje del tiempo, ahora encarnada en Raquel. Daba saltos de alegría. Le conté a Fofó del mensaje mientras saboreábamos un buen café. Nos emocionamos. Nos abrazamos. Son esos buenos momentos que nos depara la vida.

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