Escribe: Percy Vílchez Vela

El inclasificable Martín Reátegui, cansado de no obtener nada como sujeto violentista, de no componer más canciones de medio pelo, de fracasar como historiador ya que no ha publicado ningún libro sobre esto o aquello hasta la fecha, se ha metido a promotor cultural de última hora. Y para hacerlo no ha apelado al arduo trabajo como debería ser, sino que ha utilizado los recursos que más domina: el golpe bajo, la zancadilla, la trapacería, para usurpar el lugar conocido como Museo Amazónico. Así de grave el asunto, así de truculento.

En forma subterránea, apelando a la insidia de comadre, hizo campaña contra la anterior muestra de fotos inéditas del caucho tomadas por Silvino Santos en 1912. En vez de buscar otro local para hacer cualquier cosa, para ampliar en la ciudad de Iquitos el mapa de los locales para actividades culturales permanentes, anhelaba acabar con esa exposición. Ansiaba  ese ambiente rumiando sus furias como si fuera una zona para liberar porque no soportaba que los demás hagan cosas que él no puede hacer. Y luego del asalto, en vez de hacer algo con sus propios hallazgos, se ha apegado al kimono del señor Pablo Macera, el  que dijo que el Perú era un burdel, que anunció a los cuatro vientos, cándidamente,  el triunfo de los asesinos de Sendero Luminoso y que acabó como fujimorista del   estribo.

Es decir, ha manipulado para sacar las  fotos anteriores con la oscura intención de aprovecharse después del lugar. Ello es una actitud absolutamente mediocre y revela la incapacidad de pensar con cabeza propia, de hacer las cosas por propia decisión. El pobre Martín Reátegui vive de prestado dominado por lo que hacen los otros y cree enfermizamente que utilizando a los demás puede hacer mejor las cosas. En sus delirios imagina desmesuras y no sabemos qué  soñó con las fotos del señor Macera. Pero, suponemos, que en ningún momento se percató de que iba a terminar suscribiendo el comportamiento reaccionario de los que a través de los años han defendido a capa y espada al cauchero selvático.

La muestra debería llamarse, sin tapujos ni contrabandos, Defensa tardía de Julio César Arana. Así de fulminante, de definitivo. Esa defensa se puede encontrar en el discurso que pronunció el cura Joaquín García Sánchez: “ …es que la muestra  pretende sacar a la Casa Arana de los estrechos límites de sus tradicionales esquemas de horror y de sangre presentes en las fotografías del llamado Escándalo del Putumayo”, como si el horror y la sangre pudieran ser separados de la historia de Arana. Por su parte, el presentador Manuel Burga declaró al diario La Región que: “No podemos ser injustos en el enjuiciamiento a Arana”. En otra parte, un anodino profesor,  dijo  que Julio César Arana defendió con su pensamiento egoísta la soberanía. Es decir, pese a los crímenes cometidos, el cauchero riojano merece una reivindicación.

En la abundante muestra fotográfica solo hay 2 instantes en que se hace referencia a los  crímenes del Putumayo, pero esas referencias son breves, circunstanciales, como si se tratara de un episodio sin mucha importancia. En los textos no hay la contundencia de los datos y las cifras y la referencia salvadora es que el señor Arana era un cauchero controversial que en su momento suscitó opiniones encontradas. De esa manera se pasa por encima de los latrocinios cometidos. Así el señor Arana queda en la exposición como un patriarca bonachón de provincia, un abnegado padre de familia o un arriesgado empresario que defendió el territorio regional. Ni más ni menos.

Es increíble que a estas alturas del partido retorne  la posición reaccionaria  que siempre trató de salvar el pellejo de los caucheros. En tantas partes hay autores que nombran a esos extractores como adalides de la civilización, como héroes fronterizos, como cruzados del progreso, palabras que pretendían ocultar sus delitos. En el presente, los estudios sobre el cauchero Julio C. Arana revelan que ya no se puede en serio seguir con la defensa de ese personaje. Es imposible buscar en el lodo de la historia una brizna que le salve o le justifique. ¿Para eso se esforzó tanto el pobre Martín Reátegui, para terminar como defensor de un criminal?