El grupo de teatro Peoresnada fue contratado ventajosamente para realizar funciones cómicas entre las autoridades de toda índole. Era el momento en que las calamidades diarias, los incidentes catastróficos, los accidentes al por mayor, las desgracias reiteradas arreciaban en tiempo de creciente, y solo había tiempo para lo desagradable, lo trágico. Los que dirigían los destinos de las instituciones requerían de un momento de relajo, de un instante de diversión, dominados por la risa. Es conocido que reírse, aunque sea de cualquier cosa, hace bien al cuerpo y al espíritu, de tal manera que ambas partes arribaron a un acuerdo satisfactorio.

El contrato fue hecho ante notario público e incluía el recurso de las cosquillas si la autoridad no se reía viendo la obra puesta en escena. Así fue como dicho grupo participó activamente en las distintas gestiones de las tantas autoridades de la región. En sus despachos o entre las calles, mientras desempeñaban sus funciones habituales, los dignatarios se daban tiempo para ver las obras montadas con una fuerte dosis de humor.

Era frecuente ver entonces a las autoridades perdidas en carcajadas mientras hacían sus reuniones, sus inauguraciones, sus campañas, sus regalos, sus batidas, sus jaranas y sus actuaciones para la publicidad. En todo momento reinaba el optimismo por más que la creciente se llevaba media ciudad, por más que se caían puentes, por más que aumentaba la inseguridad ciudadana. Las funciones de dicho grupo mejoraron las administraciones de dichas autoridades, porque ante las denuncias ellos estallaban en carcajadas. El contrato terminó cuando esas mismas autoridades, cansados de facturar para un grupo particular, de gastar mensualmente, decidieron fundar sus propios grupos para que dieran sus funciones gratis. Los miembros del grupo Peoresnada hicieron un juicio múltiple defendiendo el derecho al trabajo bien renumerado.