En un modesto lugar asediado por la actual creciente, el asentamiento humano Glenda Freitas de Punchana, se patentó una innovación del regalo alimenticio, del incentivo al paladar, de la suculenta gastronomía política. Era la sagrada y religiosa Semana Santa y mientras tantos meditaban sobre los misterios del calvario y la resurrección en medio de una revoltosa resaca y de disturbios digestivos, el señor Juan Cardama imponía el estilo de un soberbio aguadito solidario.

 

El aguadito fraterno, conciliador, compartible, apareció en medio de las aguas como un milagro con su humeante estampa, su presa de ley y su clásico sabor. Allí, en medio de la inundación,  alimentó provisionalmente a unas 100 familias. Mientras los demás degustaban el preparado, el ex alcalde del distrito habló hasta por los codos de la construcción de un puente que él debió construir cuando era burgomaestre pero que no construyó por razones que se desconocen y para lo cual donará en cualquier momento las tablas pertinentes.

 

El potaje solidario cumplió con su misión de disminuir transitoriamente el hambre de los convocados,  y fue el marco ideal para un anuncio de campaña política, de intento de ganancia de votos. El preparado de pasó entró en franca competencia con los otros alimentos donados por los políticos de estos llanos que suponen  que comer y votar son términos parecidos. Suponen que la preferencia electoral se resuelve mejor entre las papilas gustativas y no en el cerebro. Suponen que repartir un preparado es una ganancia a la postre. El aguadito compartido entonces entró con buen pie en el escenario político de estos pagos. El café mañanero de antes, el sopón motocarrero, el caldo de la esquina,  el pango de improviso y otros potajes tendrán que competir arduamente en las elecciones que se vienen con ese aguadito innovador que a nadie se le había ocurrido.