Los momentos en esta sociedad líquida pasan a la velocidad de vértigo. Solamente sentimos el aire que deja la celeridad. Esto se traduce en el ingente océano de información que nos abarrotan cada día en las retinas. Es difícil de gestionar el tremendo marañón informativo. Para ver las noticias, mejor dicho, los titulares de los diarios, muy de mañana, te puedes pasar más de dos horas y el tiempo ha ido volando. Terminas el café y las noticias sin leer todavía quedan. Es tiempo que se desperdicia en mucho de los casos, me reprocho arrepentido como el lamento después de una resaca pero sigo al pie del ordenador. En esta velocidad supersónica en que viaja la noticia es difícil digerir lo que se lee. Recuerdo en una entrevista al historiador Jorge Basadre decía que él prefería leer las noticias por el periódico, se puede entender el momento. Pero en los actuales es una tarea imposible porqué lo escrito rápidamente nos remite a un pasado muy pasado. Casi se convierte en un anacronismo en cuestión de segundos. El otro día entré como fisgón a una de estas cuentas de las redes sociales y en un minuto tenía alrededor de veinte a treinta comentarios y noticias en la que gente va opinando. Un horror. Era un tsunami difícil de surfear. Ni les digo la otra cuenta en la que la gente va poniendo noticias y fotografías de ellos (ellos y ellas son la noticia). Es muy curioso que estos tiempos acuosos alimenten el narcisismo de la gente o quizás sea la falta de autoestima de muchas de ellas. Un amigo de los trópicos me comentaba muy risueñamente y entre carcajadas, la situación merecía, que en uno de esos instrumentos de las redes sociales observó una agria gresca virtual entre la mujer y la amante de un pata. Ambas belicosamente se disputaban al feliz o infeliz fauno, esto último es una presunción de buena fe. Me quedé de piedra ¿es posible eso? Y me dijo él con seguridad, y más. Todavía sigo fuera del quicio, la velocidad con que ocurren los hechos en la vida virtual me dejan descolocado. Son los tiempos.
