En los primeros meses de enero del 2015 los alcaldes y alcaldesas del Perú limpiaron como nunca sus predios que quedaron sucios después de que ganaron las elecciones. Cuando estaban a punto de dejar la ingrata labor, sucedió que los vecinos volvieron a las andadas dejando sus desperdicios en cualquier parte. Ello fue el momento en que la basura volvió a convertirse en un terrible inconveniente para los unos y los otros. Los alcaldes y alcaldesas, en mangas de camisa o en ropas de faena, se agenciaron de escobas y carretillas y se dieron a extenuantes jornadas de limpieza. La escoba nueva ya no barría bien pues cuanto más limpiaban los y las consistoriales más sucias eran las ciudades del país.
En medio de tanta cochinada comenzó el tiempo en que el conjunto de la edilidad tenía que dedicarse solamente a la función de limpieza, descuidando las otras labores ediles. Desde antes que amanezca hasta después de la madrugada los alcaldes y alcaldesas dirigían los duros trabajos de dejar limpios sus jurisdicciones. Ello no ocurrió nunca y los y las autoridades de la edilidad acabaron por perder el norte. Al parecer tanto contacto con malos olores y tóxicos les hizo perder los estribos. Porque surgió una enfermiza rivalidad entre los señores de los rellenos sanitarios. Cada uno quería acabar con el otro y la otra como una especie de venganza.
La basura de una ciudad era llevada a otra ciudad para desprestigiar al burgomaestre, mientras este envía sus montones de desperdicios a la otra ciudad. Así desde Iquitos la basura iba a Pucallpa y desde allí venía hacia Iquitos, deteniéndose en Contamana, Requena y Nauta. Era un enfrentamiento tan encarnizado que nadie podía meterse, y es por ello que esa contienda de la basura dura hasta el día de hoy.