Quien nombra primero gana. Estas palabras resumen, de alguna manera, la amplia cartografía de ir por el mundo poniendo nombre, bautizando lugares y accidentes geográficos. Me encandila la palabra “Tipishca” que los que son de fuera de la floresta padecen al pronunciarla y no saben que es. Este viejo sueño de un mundo de acuerdo a mi semejanza (se refiere al bagaje cultural y otros artefactos) se inició en el siglo XVIII a través de la historia natural que para “ordenar el caos” se ideó un sistema clasificatorio que de alguna manera ordenaba el mundo supuestamente caótico y dispar que se observaba. El sistema que se construyó no era sólo local si no que lo proyectaron a escala universal. El mundo era mirado a través de esa lupa, era la medida de las cosas. Claro, también eso conllevó al sistema clasificatorio de las razas en el mundo (y de paso al racismo, de esencia y mimbres muy europeos que por estos días están muy en boga en estas orillas). Este orden se puede graficar en el dicho, cada vela en su candelabro como suena ese apotegma castellano barnizado de esa conciencia universal y, como no, de hegemonía europea. Un incidente por lo más trivial puede mostrar la situación de ir poniendo nombres por el mundo. S me dijo un día al mirar a unos patas que subían una montaña en los Andes, ¡mira a esos alpinistas!, ahh le contesté sin retintín y con buena fe, esos son andinistas y, seguidamente, mostró una cara de sorpresa. ¿Ustedes les llaman andinistas? Y sonrío por el codazo sin querer. Ella mostraba esa conciencia (y proyección) universal el mundo y sus cosas tienen un nombre, y los que escalaban montañas, de acuerdo a su escala y geografía de proyección ecuménica eran los alpinistas, que se refieren a los Alpes y no a los Andes. Vivimos en esas zonas de fronteras y de márgenes.
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