La ruidosa juramentación del Gremio de los Caballeros de los Desperdicios, fue la gran novedad en el mundo de clase A de la ciudad de Iquitos.
El hecho revolucionario ocurrió cuando ya se iba el efímero y banal 2014, dejando a la ciudad sepultada por las montañas de basura. El inusual colectivo, donde estaba lo más selecto de esa extraña ciudad y que nunca degeneró en un partido político, ni se vendió al mejor impostor, fue la palanca que encontró la estrecha puerta del progreso. Porque desde un inicio apostó por convertir los deshechos en alimentos de pan llevar y traer.
Lo primero que hicieron esos caballeros fue preparar unos enormes panetones a base de los desperdicios dejados en todas las mesas luego de la cena navideña. El costo cero de semejante suceso alentó a los promotores a contratar a los más expertos gastrónomos del orbe entero para que con su ciencia cocinera hicieran puré de toda la basura acumulada desde hacía milenos. Los expertos en cacerolas y pailas muy pronto encontraron la alquimia culinaria para producir platos como cancha. Así fue como en poco tiempo esa urbe se convirtió en una villa modelo de exportación de alimentos reciclados, de comida de los vastos rellenos sanitarios.
Los sabrosos panetones de desperdicios meseros fueron apenas el inicio del futuro diferente, de la gran transformación. Había tanta materia prima por los alrededores que muy pronto salieron como disparados otros alimentos populares como caldos mañaneros, sopas al segundo, potajes fusionados, que eran empaquetados y regalados a los ciudadanos de ambos sexos y de apetito permanentemente desatado. El resto de la ingente industria de potajes se empezó a vender a precios elevados. El resto ahora es historia conocida de una ciudad bastante emprendedora, sobre todo a la hora de no hacer nada. Lo último que los dilectos caballeros inventaron es un plato hecho a base de verduras arrojadas que es un excelente recurso para adelgazar.