En estos primeros días del 2015, año decididamente más malo que el anterior, la inolvidable ciudad de Iquitos es un caos al cuadrado. No circulan vehículos de ninguna índole, ni siquiera los viejos y asmáticos microbuses. No hay tiempo para producir ruido y las gentes andan las 24 horas a pie. Cuando llueve, todos se mojan por más que se encuentren en el último piso de sus casas. No hay fiestas ningún día de la semana y la única diversión que tienen los gallardos iquitenses es la lúdica y siempre productiva timba. Los campeonatos timberos ocurren cada fin de semana que tiene varios días, incluyendo los domingos.
Sucedió que antes del fin del año pasado, 365 días bastante inútiles, la empresa Seda-Loreto contrató los servicios de un experto en asuntos de agua, potable. Era este el administrador del agua de la antigua Roma. Después de los estudios correspondientes, de las consultas previas a los moradores, de los estudios de impacto ambiental, de la suma de ganancias y pérdidas, se decidió la construcción de acueductos en toda la ciudad y la región para acabar con ese terrible flagelo doméstico. La ciudad de Iquitos, como Roma, ofrecía ventajas comparativas para ese mega proyecto, pues había surgido rodeada de tantas y terribles aguas, sobre todo en tiempo de creciente.
En la maqueta expuesta en el inigualable palacio municipal, mientras avanzan las jornadas de dragado de la gran urbe oriental, se puede ver una ciudad modelo con sus termas en cada calle, sus baños públicos, sus bibliotecas cerca de las letrinas. La gente conversa animadamente, mientras almuerza o mea o defeca. La población en su conjunto acepta los sacrificios porque está convencida, gracias a la campaña de la nueva autoridad regional, No importa que, según los cálculos de la perniciosa oposición, la obra demore unos mil años.