En los anuncios de los primeros resultados electorales de aquel 2014 se pudo adivinar el insólito final. No se trataba de pescuezos de distancia o diferencia para definir los lugares, porque ocurrió que los candidatos de ambos sexos, de cualquier tendencia, de variados intereses, ocuparon el primer lugar. Todos a una y a la vez ignoraron la siempre nefasta derrota, gracias a la sabia decisión del votante. No hubo entonces perdedores ni víctimas, ni acusadores ni llorones. Las ánforas se convirtieron como esa tienda donde ganaban todos los que entraban. De manera que los flamantes ganadores, después de recibir sus credenciales, ocuparon sus territorios de gobierno que ya no eran distritos o provincias, sino simples calles o modestos caseríos.

Cuando las nuevas autoridades iban a comenzar con sus primeras acciones, que era nombrar a sus asesores y funcionarios, estalló la tenaz y ruidosa oposición que surgía de sus mismos partidarios, de aquellos y aquellas que les habían elegido. El recurso de la revocatoria de cada uno estaba en marcha desde hacía tiempo. Nomás esperaban la ocasión propicia para presentar sus denuncias, donde destacaba la palabra incompetencia para funciones de gobierno. Era inevitable que los elegidos perdieran tiempo y dinero en defenderse de esos procesos. No tenían tiempo ni para timbear, relajándose de las duras actividades del día o la noche, porque aparecieron las indómitas fuerzas anti-revocadoras, como por arte de magos o brujos.

Estas falanges eran exigentes y exigían el pago por adelantado para que actuaran con contundencia. Los presupuestos tuvieron que invertirse en actos de defensa y ello desembocó en las arcas vacías. Debido a ellos las famosas elecciones han perdido credibilidad y para elegir a las nuevas autoridades, que de todas maneras serán revocados, se prefiere el sorteo como si se tratara de una simple rifa.