El último sábado antes del día central de las elecciones de aquel 2014, el candidato Arquímedes Santillán mandó cocinar la mayor cantidad de juanes. La costumbre electoral de regalar ese preparado local era debido a que luego de un sesudo y bien documentado estudio académico había descubierto que ese plato era popular entre los aguerridos punchaninos así no fuera la cervecera y parrandera fiesta de San Juan. De acuerdo a sus propias encuestas, el regalo de juanes le había hecho subir hasta el primer lugar. Un juane era un voto, varios juanes eran más votos, sumó con espíritu emprendedor y práctico.
En su plan culinario de todas maneras estaba copar el apetito para ganar todos los votos posibles, pero ese sábado por alguna razón, ya sea por el desayuno cafetero de Noriega, por el sopón de Monasí, por el beso de Zevallos o por la intervención de algún hado maligno, nadie acudió a recibir su juane. Nadie de los vecinos, además, quería saber nada con esos potajes. Las elecciones se realizaron y los juanes seguían en el local partidario del candidato en referencia. Se habían varado, por alguna razón incomprensible. El señor Santillán, hombre de armas tomar, no quiso perder soga y cabra y se dedicó a vendedor esquinero de los juanes rechazados.
Como nadie quería comprar esos juanes a la mitad de su valor, el señor Santillán ejecutó un peregrinaje callejero, ofreciendo dos juanes por el pago de uno. La ganga fue el inicio de una provechosa carrera gastronómica. En el presente, ya retirado de la política, don Arquímedes Santillán es dueño de varios puestos ambulantes de juane al paso. En secreto, ciertas noches, entre sus más cercanos amigos, lamenta la oscura época en que regalaba esos juanes en vez de venderlos. ¿Cuánto dinero perdió por querer una modesta alcaldía?