El antiguo congresista Jhonny Cárdenas, varón de agallas que de repente renunció a su curul para dedicarse de lleno a la libre y aventurera vida circense junto a algunos cómicos peruanos y otros faranduleros que le entraban a la carpa como si nada, arribó la tarde de ayer a Iquitos. Con la gorra retorcida a la cabeza, la nariz de tomate plástico ocultando sus fosas nasales, la pechera de payaso placero cubriendo su pecho y espalda, las botas de tantas leguas y los procaces chistes a flor de piel, salió de la balsa naranjera que arribó a Masusa y ayudó a desembarcar la carpa con el toldo agujereado, la boletería rota y el aserrín impuro.

El fervoroso y fanático público iquitense, raza decadente que busca siempre dónde divertirse, asistió en mancha comunitaria a ese novísimo circo, esperando ver a Cárdenas en su actuación predilecta que era cortarse los pies para que entraran en unos zapatos demasiado pequeños. El número no era apto para personas con nervios débiles o bebedores de pastillas para dormir, ya que ex parlamentario usaba serrucho letal con los dientes afilados por él mismo y, en carne viva, sin mostrar nada de dolor o de angustia en el rostro, disminuía sus pies hasta que pudieran caber en esos calzados diseñados para un niño de pecho. La función reducidora duraba varios minutos y muchos espectadores se desmayaban, horrorizados.

La escalofriante manera de usar esas tabas equívocas, en vez de comprar unos zapatos con el número adecuado, ya había dado la vuelta al mundo. Las visitas virtuales ascendían a trillones de seres que querían hacer lo mismo pero con sus camisas o blusas. Los medios de comunicación difundían entrevistas y fotos de hombre tan original y nadie dejaba de imaginar que a fines del 2014 iba a ser elegido el hombre del año en toda la tierra, aunque pierda los pies. Qué importaba eso. La fama tenía su precio.