En los archivos olvidados, en los documentos salvados del hambre de los comejenes y de otros bichos papeleros, fue encontrado un viejo edicto edil que cambió la atareada y vacilonante vida iquiteña. Dicho documento, agujereado, manchado y con letras ilegibles, ordenaba a todo ciudadano que mantuviera limpio de polvo y paja el lugar donde vivía, bajo pena de multa. El bando municipal fue emitido el 3 de julio de 1947, hace 67 años, pero tenía una vigencia incuestionable en la sucia ciudad del presente. La nueva gestión maynense, conformada por cuatro alcaldes a la vez, Quinto Vásquez, Euler Fernández, Ranil y Homero Llerena, determinó resucitar ese decreto para tratar de limpiar de una vez por todas a la bella y borrachuda urbe de marras.
El decreto fue tipeado a toda mano e impreso a colores para luego ser colocado en las paredes, muros, postes, esquinas, bares y centros de timba y bingo con maíz. Las autoridades ediles esperaban que los vecinos de ambos sexos metieran el hombro y se ocuparan de sus propios desperdicios. Pero hete aquí que el primero que se opuso al decreto fue el mismo ingeniero que supuestamente se ocupaba de la limpieza urbano. ¿Cómo era aquello de que no podía limpiar ni siquiera el frontis y el costado de su propia morada? ¿Y las unidades que tenía su empresa y los premios que ganó sobre manejo de residuos sólidos, líquidos y gaseosos?
El segundo que se opuso tenazmente al decreto del cuarteto alcáldico fue toda la ciudad. El argumento para no limpiar nada era que no tenían tiempo, que apenas descansaban unas pocas horas. Los cuatro alcaldes decidieron meter palo a los opositores. Fue así como se desató una época violenta en la ciudad. Desde los montones de desperdicios amontonados cerca a sus propias casas, todos a una combatieron brutalmente hasta el arribo del fin del mundo.