La noticia de dos periodistas tras un incendio en Arequipa ha sido noticia nacional. Tras su revelación se ha escarbado en la condición de estos jóvenes y se ha desnudado lo que en el medio todos conocen. La precariedad del trabajo y las nulas responsabilidades que tienen los medios o empleadores en función a los hombres de prensa. Estos muchachos tras dos años de trabajo, recién hace unos meses habían sido contratados con sueldos deprimentes, no contaban con seguro y sus horarios estaban lejos de los que impone el Ministerio de Trabajo.
No es novedad. Dirán los periodistas que conocen de esta realidad. Tampoco lo es que ser arriesgados es una condición sinecuanón del periodista y que morir en la ley, más allá de lo trágico de la noticia trae una pizca de consuelo al alma. Aun así saber que cuatro días de angustia y sufrimiento con más del 80% del cuerpo quemado y resistirlos es conjugar el sufrimiento de miles de nosotros que por a veces nos quejamos por la temperatura, la comida o los ronquidos del de al lado. Finalmente tras esto cuatro días, Mitsu Alvarado murió.
Y con ellos, antes lo había hecho su camarógrafo, también muere la esperanza de tener un periodismo más digno. No es extraño que en cada lugar del país haya veletas empujados por los centavos que podrían recibir si dignamente ejercieran la función. No es excusa, ya lo sé, pero duele ver como dos almas jóvenes se apagan y al día siguiente amaneciera como si nada hubiera pasado.
Que la gente siga comportándose estúpidamente, que sigan girando las manecillas de los relojes, que los celulares se sigan activando, que los políticos sigan cutreando y que los periodistas pasen la hoja y sigan informando y convertir a Mitsu y Carlos en sólo un archivo, una fotografía enumerada, en una lágrima insuficiente en sólo un recuerdo.