Después del conflicto del cuy el señor Gastón Acurio desapareció del mundo mediático. Se hizo humo, en otras palabras. Años después se volvió irreconocible, pues estaba tan flaco que parecía siempre de perfil como Antonio Mendez Maciel, el Consejero, que nada tiene que ver con cualquier funcionario opositor de cualquier gobierno regional del Perú mundialista. Sucedió en aquel tiempo que el cocinero había renunciado a las asadas carnes, a las frituras, al anticucho, y se volvió un hombre del porvenir. Es decir, un ser temiblemente vegetariano con una sola comida al día.
El populoso partido que un día fundara, para no alcanzar el poder, sino para nutrir a la población votante y no votante, quedó a la dcriva. Las raciones alimenticias de entonces, que eran sendas ensaladas a base de pepino y rábano, quedaban varadas a montones, pues el peruano de cualquier condición es carnal, carnívoro, cárnico. Así que muy pronto todo se cerró y Gastón Acurio volvió a cambiar de dieta, pues los vegetales no eran garantía de nada y hasta propiciaban enfermedades. Acurio por aquel tiempo ya detestaba la sola idea de comer. De manera que se convirtió en un fanático difusor de la comida virtual. No se trataba de una broma de mal gusto.
Era una alimentación que ya no usaba la boca para albergar nada, ni los dientes para triturar, ni el gaznate para hacer pasar los bolos. La nariz era el único órgano que se usaba para comer que consistía en aspirar, desde una prudencial distancia, los aromas de frutos y flores de la fronda del Perú. Esas fragancias, vivificadas por el aire del trópico, el zumo de la tierra, los efluvios de las aguas, tenían todos los nutrientes posibles y cualquier ser humano podía vivir así toda su vida, solamente aspirando.