La credibilidad es el mejor y tal vez único valor que tenemos los periodistas. Nadie se va ser rico en este oficio. Podrá tener cierta pana y elegancia: una casa, un carro y ciertas tarjetas, pero millonario no vas a ser si es que en realidad te crees periodista. Si eres uno de ellos, entonces, este valor de credibilidad será fundamental, no será una herramienta que se esconde o se utiliza de acuerdo al momento, sino una jodida carga de la que no deseas descansar.
Casi siempre se construye en años de intenso valor y hasta heroísmo. Te haces de un público, grande, pequeño, mínimo, pero que identifica que lo que dices es honesto. Diferente a lo que piensa la gente que te puede seguir pero honesto desde tu posición. Eso suele ser incómodo porque no se rige sino a tu conciencia. Esa práctica que parece simple se pierde casi siempre cuando solemos escribir o hablar por mandato y lo mejor de todo esto, es que la gente, que no es cojuda, se da cuenta al toque y, te puede seguir, pero no te cree ni mierda.
De este fenómeno está llena la Tv nacional. Un caso concreto es Alberto Ortiz Pajuelo alias “Beto”. Un periodista que un día le gusta el periodismo político y otro preguntarles sobre sus infidelidades a la farándula. Imagino que cuando intenta increpar a un ministro muchos deben estar atentos a lo interesante que pueda decir lo que no quiso decir ese político y al otro, confundir a “Beto” con los atolondrados que pueden resultar la vedette o el chichero de moda sentado frente a él.
Pero esa virtual realidad en cadena nacional tiene otros matices en provincias. Sin mucho marketing y en muchos casos con educación incompleta muchos se hacen seudos periodistas de la noche a la mañana y saltan la valla de esa construcción y adquiere ese falso poder que te da salir hablando como bipolares. Iquitos es el caso más flagrante de este fenómeno. El periodismo aquí ha sido devastado hasta su casi extinción alimentado de los poderes contrarios a su esencia.
Un ejemplo constituye el asesinato de un candidato padre de un periodista que intenta seguirse con ciertas reglas básicas del periodismo. Genaro Alvarado hijo está pagando las culpas de verdaderos sicarios del micrófono y es tan generalizado que ya ni siquiera identifica de donde provienen las acusaciones de toda índole contra un padre muerto. Es decir los buenos y malos, aquí se confunden y llevan al abismo sin fondo a lo que pueden hacer genuinamente algunos periodistas. Los que creía que eran sus amigos, aceitados, les importa un comino los códigos y asesinan todos los días al hijo. ¡Mantente incólume gordo!
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