Hace unos momentos estuve en la presentación de unas señoritas para un concurso de belleza. Había doce chicas. La verdad, si la simetría hace a la estética, digamos que simétricamente sólo 4 pasaban el examen; pero, claro, todos los asistentes accedían a responder que cada una era más hermosa que la otra, al igual que los obituarios donde todos los muertos son buenos por la naturaleza de estar muertos.
De este ramillete de matices, había seis que señalaban a la literatura y la lectura como pasatiempo oficial. Al interrogarlas era evidente que si habían leído Coquito y entendido era mucho. Nadie, por ser concursantes de belleza las cuestionaba públicamente. Pura hipocresía de ambos lados. Hace unos días observé como familias y transeúntes cambiaban de acera cuando se acercaban homosexuales. Temor a la “la peste” o simplemente vivir en una sociedad hipócrita que intenta negar a un sector presente desde los albores de la especie.
Hace unos días salió una encuesta donde la aprobación por la ley de Unión Civil a aprobación se había elevado de 26% a 34% en el mes de abril. Una cifra que se elevó en los últimos meses pero que no era suficiente para una propuesta que civiliza más a nuestra sociedad. Peor aún, el 84% de los encuestados refería conocer el proyecto de ley, cosa que parecía imposible de creer, pues ni siquiera en esa cifra conocen su himno nacional a pesar que lo tararean desde que nacen, menos van saber los verdaderos alcances del proyecto.
Es evidente que se guían por los prejuicios que se genera en hipocresía. Y para ser honestos no creemos que se reflejen en las palabras de su sacerdote de parroquia, más parece ser el resultado del ejemplo deformado que pueden haber generado algunos homosexuales y que ha estigmatizado el proyecto y las intenciones de este grupo importante que poco a poco quiere ganar espacio, que como mucho en una sociedad incipiente, tiene que lograrlo derrotando estas concepciones que sólo nos involucionan.
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