Los enamorados caballeros, vestidos con elegancia parisina, agarrando ramos de flores y recitando versos de ardorosa pasión, se presentaron ante el altar levantado en la Plaza de los Renacos, antes Plaza de Armas, y se arrodillaron ante el monseñor de turno. Luego, en una pantalla aparecieron las flamantes y bien provistas novias que dieron el sí de ley. Ellas, las recientes casadas, viven en distantes ciudades del mundo muy lejos de la bien barrida, silenciosa y soledosa Ciudad del Amor, el nombre que reemplazó a la sucia, ruidosa y penosa urbe de Iquitos. Lo anterior corresponde al rito del moderno matrimonio masivo y populoso que se celebró ayer primero de mayo del 250555.
Para nadie es un secreto que la ceremonia de la boda a distancia, única forma posible de convivencia moderna, fue organizada por los municipios de los 50900 distritos con que cuenta ahora la provincia de Maynas. Cuando se descubrió que las casas ediles no servían ni para mantener limpia las calles, fueron clausuradas por el entonces mandatario peruano, el generalísimo Edwin Donayre. Lugo de años las municipalidades volvieron a funcionar, pero todo había cambiado, pues únicamente se dedicaron a fomentar el matrimonio entre los ciudadanos. En esos penosos días los divorcios aumentaban vertiginosamente.
Después de estudios profundos, sesudos, en laboratorios, se arribó a la triste conclusión de que nadie quería casarse. En serio, se supo que la especie humana tendía egoístamente a la soltería, al no compromiso con la pareja, al rechazo rotundo a la paternidad. Esa opción genética era torpedeada por la boda antigua que le obligaba a vivir con su consorte. Ese descubrimiento, que revolucionó la historia, era el evidente fin del linaje iquitense. Para salvar a esa raza los expertos inventaron el matrimonio masivo y a distancia. Las parejas ahora nunca viven juntas ni revueltas, y son verdaderamente felices.