UN LIBRO CHISMOSÓN, PERO FUNDAMENTAL
ESCRIBE: Jaime A. Vásquez Valcárcel
*Un libro divertido y que aporta datos anecdóticos que llevan a una conclusión más que lúdica: los hechos son similares y los personajes aparecen y desaparecen con o sin la democracia. Todo en medio de millones. Hasta militantes loretanas de Perú Posible aparecen, y, también, Robinson Rivadeneyra con el Plan Escorpión.
Al escuchar la apreciación de César Hildebrandt sobre el último libro de Marco Sifuentes me apresuré a comprar un ejemplar. Como en la FIL Lima 2025 se rebajaron en 40 % todos los libros, no había escapatoria. Cuarenta so, como dicen los jóvenes de un sector, y a disfrutar del chisme que traía el ejemplar. Acaso no es una frase popular, real y verificable aquello de ¿“a quién no le gusta el chisme”? Que trasladado a la política mezcla infidelidades, traiciones, mitos y medias verdades que se transforman en crudas realidades.
“La marcha del fin del mundo” está llena de chismoserías. Importantes e intrascendentes. El texto justifica lo que en breve comentario dijo César Hildebrandt padre, que aparece muy poco porque quien es más aludido es César Hildebrandt hijo. ¿Será por eso que el director del semanario catalogó a Sifuentes como “es un cronista aderezado, chismosón, ricotón”? Pero el cuestionamiento principal de CH padre es porque considera que esa marcha no fue tan importante como se pretende desde el título. Es razonable que se piense así del autor y del tema. Pero, vamos, la política se nutre del chisme, de la habladuría y, dadas las circunstancias, se justifica que algunos consideren esa movilización como las más importante, aunque no lo fue. El título del libro contradice lo ahí escrito porque la marcha fue un fracaso y evidenció la miseria del líder de quienes la impulsaron y recibieron plata del extranjero para su organización.
“No está maravillosamente escrito” también. Eso no tendría por qué ser un demérito que, además, es imperceptible ante las virtudes de todo el texto. Desde uno de los testigos y, luego ratificado por uno de los protagonistas, vaya que nos enteramos de hechos que parecían exageraciones del entonces SIN y que encerraban medias verdades o verdades a medias que el propio texto convierte en realidades. Hechos puntuales y verificables son que en Polonia durante una “cumbre democrática” Soros les anunció que aportaría un millón de dólares para la “Marcha de los cuatro suyos” y quienes se reunieron con el “filántropo” judío fueron Alejandro Toledo, Gustavo Gorriti y Álvaro Vargas Llosa, sin la presencia de Baruch Ivcher que también estaba en Varsovia, porque no deseaban que se entere del aporte y menos del monto. En tres meses gastaron eso y más, pues hubo aportes de Genaro Delgado Parker también, lo que lleva a la conclusión que para defender y/o destruir la democracia se necesita dinero, mucho dinero.
Los malabares documentarios que hizo Carlos Bruce, hoy considerado un alcalde muy eficiente del distrito de Surco, para rendir cuenta del millón de dólares donados por Soros cuando en realidad sólo tenía registrado 130 mil dólares es una demostración que en nombre de la democracia varios de esos patriotas se dieron la gran vida. Tanto así, que al rendir cuenta ante el enviado de Soros, Bruce admitió que “tuve que mostrar recibos y facturas… mira no recuerdo si llegué a ir a Azángaro para llenar facturas. Pero fue una rendición de cuentas que, apenas se fue el tipo de Soros, esa noche la quemé. Pensando no quiero seguir participando de esta huevada y no quiero una copia de mierda”. Meses después Toledo llegó a la Presidencia de la República y Carlos Bruce al Ministerio de Vivienda. Aproveché la presentación de Marco Sifuentes en la librería «El virrey» de Miraflores para preguntarle si estaba bien lo que hizo Bruce. Él respondió que eso correspondía decir al mismo Bruce. Luego, agradecería la pregunta en la dedicatoria que escribió en el libro que llevaba en mis manos.
Sobre la vida díscola, no sólo por su impuntualidad, del entonces candidato Alejandro Toledo, el periodista aporta hechos que siendo anecdóticos dan un perfil del personaje. Como cuando vivía en el hotel que había acondicionado Luis León Rupp para el centro de lucha por la democracia y el guardián tenía que dormir con la llave de la puerta para evitar que, aprovechando la nocturnidad, Pachacútec se esfumara para disfrutar de los placeres oscuros de su vida nada clara. Es aquí donde Sifuentes narra que una noche llegó Toledo desde Iquitos con unas damas del partido. Las había dejado el avión comercial y el líder les propuso jalarlas en el “charter” y cuando, a la mañana siguiente, desayunaban en el hotel dos de los periodistas del comité tuvieron que admitir que eran amigas suyas. Ante las miradas inquisidoras y el comportamiento celoso de la esposa de Toledo les encargaron sacarlas a pasear “para que no se aburran”. Las chicas jamás volvieron al hotel. Esa es una de las referencias a Loreto que se hace tan igual como la partida de los activistas desde Iquitos hacia Lima con la participación del líder principal. Robinson Rivadeneyra aparece como quien recibe de manera confidencial lo que él mismo denominó Plan Escorpión, que era una elaboración del SIN para “el copamiento de hoteles” donde se empleaba policías sin identificación como tales para boicotear “la marcha del fin del mundo”. Recuérdese que Rivadeneyra fue elegido el 2000 como uno de los congresistas más votados de Loreto en la lista de Perú Posible gracias a la alianza con Fuerza Loretana. ¿Dónde estarán esas chicas, dónde estará Robinson con todos esos votos? Igual pregunta podría hacerse para los decenas de activistas que salieron del «puerto llamado canción.
Los que luchaban por la democracia arriesgando sus vidas aquel 28 de julio del 2000 cuando se incendiaron varios edificios del centro de Lima y donde Aldo Gil perdió un lado de vista no tenían por qué enterarse que otros lo hacían desde una suite. Eliane Karp, Koki Toledo (¿se acuerdan de él?) y Álvaro Vargas Llosa desde el piso 18 del Hotel Sheraton participaban de la protesta grabando videos de la represión policial. En el video, visualizado por los periodistas del entorno, se les escucha indignados por lo que está sucediendo a varios metros de distancia de su zona de confort.
Cerca de 300 páginas de la historia reciente peruana. Bien podría escribirse también sobre otros acontecimientos, quizás posteriores a “La marcha del fin del mundo” con los mismos ingredientes de chismosería nacional que han sido necesarios en la vida republicana para explicar situaciones fundamentales de lo que somos como país y que nunca dejaremos de protagonizar porque está en nuestra esencia: Toledo fue una posibilidad fallida. “Una decepción”, como dijo alguna vez el mismo César Hildebrandt, que Sifuentes aún joven conoció y que sólo más de dos décadas después puede contarlo. ¿Cuánto hubiéramos ahorrado como país si nos hubieran dicho toda la verdad, desde el SIN y desde el toledismo en esos años de finales de uno e inicios de otro siglo?
Hay más que agradecer a Sifuentes que criticarlo por esta nueva entrega. Porque refleja la mirada de un joven veinteañero que, ya cuarentón, siente la obligación de contarlo con el estilo de cronista que consulta fuentes, lanza aseveraciones y provoca contradicciones.