Los blancos se llevan su tercera orejona consecutiva ante un Liverpool lastrado por la lesión de Salah y las pifias de su portero. Bale anota un golazo y Cristiano insinúa un posible adiós.
Europa se rindió de nuevo ante la evidencia y sacó bandera blanca ante el hábito ganador y único del Real Madrid. Un Madrid infinito para el que no pasa el tiempo. Un club que anda por la Copa de Europa en pantuflas. Un equipo con hechizo tal con este torneo que es tan capaz por las buenas como por las malas. Que lo mismo certifica su decimotercera Orejona con un gol de Bale para la posteridad como con dos torpezas igual de históricas del portero rival. Tan desastroso estuvo el alemán Karius como su compatriota Ulreich en la semifinal con el Bayern. A este Madrid, que también ha puesto lo suyo, todo le ha ido redondo. Así que en Kiev conquistó su tercera Copa consecutiva, gesta solo al alcance del Madrid de Di Stéfano, el Ajax de Cruyff y el Bayern de Beckenbauer. Casi nada. Y podría dejar rastro como el Madrid de Cristiano, pero el luso empañó la festividad con un berrinche fuera de lugar. Seco en la final, a CR le dio por insinuar su salida del club. El egómetro por las nubes una vez más.
Tan inexplicable resultó el ombliguismo de Cristiano como este Madrid. Un Madrid que no se explica, discurre en otra dimensión, hace más de medio siglo y ahora. Inalcanzable para un Liverpool tan angustiado por la lesión de Salah, su gran estrella, como hundido por las torpezas de su meta Karius. El Madrid le penalizó con creces. Y eso que el duelo arrancó con el conjunto inglés mejor expuesto y más decidido.
Con la trama inesperada, el Liverpool atornilló de inicio al Madrid hasta que se desvaneció con el llanto de Salah. La congoja del egipcio, lastimado en el hombro izquierdo tras un enganche de Sergio Ramos, sacudió a todos sus camaradas. Solo entonces el equipo inglés asumió un papel chato. Nada que ver con su estupenda puesta en escena, cuando rebajó a su colosal adversario a un papel terrenal. Viscoso en el medio campo, vivaz en todas las líneas y orientado por Firmino, un ariete que maniobra con aplomo como boya, el Liverpool mantuvo tieso al Real durante media hora. Salah y Mané ventilaban por los costados, con auxilios constantes de Milner y Wijnaldum. El Madrid, perplejo, apenas chapoteaba. La pelota estaba a merced de los reds y cuando flirteaba con algún madridista salía dislocada. El conjunto español se vio pasmado ante un trance que no esperaba. Ni siquiera podía aventurarse al contragolpe, con siete mares entre Cristiano, Isco y Benzema y el resto de la tropa, cada vez más centinela cerca de Keylor. Lejos de invadir el área inglesa, el sector más endeble del Liverpool, el Real se vio enchironado en la suya. Descaro no le faltó al grupo de Anfield.
Cada jugador del Madrid parecía jugar al solitario, sin ocupar debidamente los espacios. Todos momificados. Hasta que el encuentro giró con el desconsuelo de Salah. Los chicos de Klopp se sintieron tan desamparados como su devota hinchada. Con Lallana, relevo forzado del africano tras un curso en la enfermería, el Liverpool perdió chispa. Lo advirtió su rival, tan curtido, clínico como pocos para maniobrar en los distintos capítulos que se le presenten en un mismo partido. Incluso si también hay lágrimas en sus filas. Caso de Carvajal cinco minutos después de la desventura de Salah. La desdicha del madrileño resulta increíble, sin parangón. Se crujió en la final de Milán de 2016 y se perdió la Eurocopa de Francia. En Kiev le volvió a suceder y ahora se puede quedar sin Rusia 2018.
Al contrario que el Liverpool con Salah, el Madrid se sobrepuso a Carvajal. Dio un paso al frente y cogió el partido por la pechera. Bien adiestrado por Benzema —en su mejor versión— y con Isco más preciso, el cuadro de Zidane remó mejor desde entonces.
A un cabezazo de Cristiano respondió de maravilla Karius (un espejismo, vista su pardilla actuación posterior). Benzema embocó el rechace pero el fuera de juego precedente de CR condenó al Madrid. Un Real al que en el segundo acto le iría sobre ruedas. Bale y Karius pusieron todo de parte del conjunto madridista.
Un remate de Isco al larguero tras una pifia de Lallana anticipó el guión del segundo acto. Ya con el Madrid al compás y su rival a rebufo, llegó el primer espanto al portero alemán Karius. Agarró un servicio en largo de Kroos a Benzema sin apuros. Pero vaya usted a saber qué cable se le cortó. Se precipitó absurdamente, de tal manera que al sacar con la mano hizo rebotar la pelota en el pie del ariete galo. De traca. Y al hombre aún le quedaba otro desatino.
El azote de Karius pareció resultar un azote definitivo para el Liverpool. No se venció del todo y logró dar con el empate tras superar Lovren a Ramos en un córner y Mané dar la puntilla a Navas. El cuadro inglés cogió aire tras la fatalidad de Salah y el chasco mayúsculo de Karius. Hasta que Bale, que llevaba un parpadeo en el duelo, marcó el gol de los goles. Uno de esos que causan un impacto eterno, de esos que rebobinarán por los siglos de todos los siglos. El galés cazó al vuelo, a varios pisos, un centro de Marcelo con la derecha y clavó el balón en la red tras una chilena de epopeya. Un tanto solo al alcance de los elegidos. Lo certificó Zidane con su gesto de asombro. Él, Zidane, autor de uno de los mejores goles de la historia de las finales de la Copa. Bale ya puede discutir con su técnico sobre el gol de oro del Madrid en este torneo.
En ventaja y con mejor armadura que de entrada, el Real no aflojó. Bale le dio cuerda y enfrente ya solo había rastro de Mané, que remató al poste derecho de Keylor. Ahí se fundió la escuadra británica. Le quedaba otra jaimitada. De Karius, por supuesto. El germano también se tragó un disparo de Bale al que respondió con manos de plastilina. Punto final al sueño de los reds. Punto y seguido a este Madrid ya de leyenda, con cuatro Champions para su imponente museo en los últimos cinco años. Otro Madrid para toda la vida. Un Madrid que ya vale por trece, que vence y vence. A veces, por talento. Y otras veces, porque sí y porque sí. Es el arte de ganar y ganar en la Copa de Europa, pasarela de su exclusiva mitología. (José Sámano – El Pais)