Cuando el líder indígena Hermenegildo Eintiurpa, andando a pie desde su remota aldea, visito el Congreso peruano, no había en su ánimo portarse como un hortelano que no comía ni dejaba comer, no frecuentaba la efusión de la violencia, ni se proponía devorar como un caníbal a los hombres de los escaños. Ansiaba dialogar. Conversar civilizadamente. De líder a líder. La clave de la masacre de Bagua radica en la falta total de espíritu dialogante del actual gobierno. Como tantos otros regímenes ciegos y sordos ante la verdad multicultural y multirracial de este país, el aprismo se cerró en sus trece, imaginó que estaba ante salvajes flecheros, seres de segunda categoría con taparrabos. Y privilegió la represión como medida disuasiva. Allí comenzó todo.
El Congreso nacional, nada respetado recinto donde alguna vez estuvo don Hermenegildo Einturpa, buscando convencer a sus interlocutores, acaba de sellar el caso Bagua. Los parlamentarios oficiales y los del bando fujimorista quieren el olvido y la impunidad y liberaron de cualquier responsabilidad a los que en ese momento tenían la sartén por el mango. Es decir, de nada sirvieron los muertos, los deudos, los dolores. Así ha sido siempre en este país de desprecios hacia sus minorías. No hay ninguna novedad en ese frente. Cuando en uno de los gobiernos de don Ramón Castilla estalló la masacre de Ashánincas, hubo protestas, voces iracundas, pero nadie fue sancionado. Luego vino el olvido. Otros olvidos se instalaron después de barbaries sin cuento.
El olvido es ahora el destino de Bagua. Sin embargo, el parlamentario Guido Lombardi, uno de los pocos que no está de acuerdo con la impunidad, el que presidió una comisión congresal que investigó paso a paso los lamentables sucesos, declaró que confía en que el Congreso que se instala después de esta penosa gestión de los escaños, deberá reabrir el caso. ¿Bagua quedará en el olvido?
Es casi seguro que quedará en el olvido, como ocurrió con el accionar de la mayoría de los serviles fujimontesinistas en la década pasada.
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