Alcalde sin preservativos

El acelerado alcalde de San Juan, Francisco Sanjurjo Dávila, debe enroscar a su cuello un par de serpientes venenosas o boas descomunales y ponerse a cantar día y noche. Así, cargando y cantando, podría caminar por las calles iquiteñas, exponiendo su alma cantinera, bolerista y perrera y cobrar hasta para verle pasar como hizo en estas pasadas fiestas patronales. Ese alboroto melódico sería mejor para su gestión y para su espíritu alegre y parrandero. No debe dedicarse a regalar preservativos en alguna esquina o bar o comercio. No es ni boticario, ni sanitario, ni enfermero, para ejercer ese pobre menester. Además, ello sería un insulto. El preservativo no es ninguna solución a nada. Existe  desde hace tiempo y nada ha podido contra los embarazos adolescentes, por ejemplo.

El burgomaestre de San Juan debe cantar y bailar con sus sierpes y ofidios. Y olvidarse de tan peregrina oferta para las niñas de 12 años. Debe declarar en los medios limeños la verdad y no negar sus propias y necias palabras. Y debe aprender algo sobre moderna sexualidad humana. Debe enterarse que, hoy por hoy, las Naciones Unidas recomiendan comenzar la educación sexual de niños y niñas a los cinco años de edad. No esperar que hagan las complicadas preguntas sobre eso para recién ensayar respuestas. En ese manual no figura el preservativo como la panacea. Apenas como una ayuda. Don William Faulkner se quejaba de que solo nos dieran sexo y muerte. El sanjuanino alcalde no se queja de nada. Y agrega un preservativo como una oferta desfasada, típicamente machista, absolutamente  subdesarrollada.

La sexualidad, antes de nada y después de todo, es la garantía de la sucesión de la vida. Y lo que sorprende es que las autoridades de este país tengan tan pobre opinión de ese milagro humano. En el Parlamento se debate si se despenaliza la sexualidad adolescente, como si por ahí fuera la cosa. En San Juan un alcalde se manda de hacha con sus preservativos regalones. Lejos de plantear una verdadera y auténtica educación sexual como norma de vida.