ESCRIBE: Tato Barcia

Lo que muchos han llamado “Guerra con Colombia” nunca llegó ser tal. Simplemente se trató de un enfrentamiento de ideas ignoradas sin razón y cuya atención despreciaron y dilataron en resolver los gobiernos de los dos países generando violentos encuentros esporádicos que, sin pasar a mayores, concluyeron en un acuerdo que benefició a Colombia. ¡Es mi sencilla conclusión!. Veamos por qué. La firma secreta del Tratado de delimitación fronteriza “Salomón-Lozano” (24 de marzo de 1922), dejó en manos colombianas el llamado Trapecio Amazónico, cuyo punto más austral es la ciudad de Leticia, a cambio de recibir como contra-partida el triángulo de Sucumbios, una franja territorial sin importancia estratégica para el Perú. El intercambio forma parte de los acuerdos de diferendos limítrofes que incomprensiblemente urdió el presidente Augusto B. Leguía. Un verdadero traidor para Loreto, y que cedió fácilmente a las peticiones de EEUU que interpuso sus buenos oficios a favor de Colombia, aún dolida por la pérdida de Panamá (1903). Leguía aprovechó esta postura para dilatar la ratificación del Tratado hasta que se hubiera resuelto el asunto del plebiscito de Tacna y Arica, cuyo laudo arbitral debía ser firmado por el presidente estadounidense.

Las aupadas ambiciones de gobernantes de las dos naciones, actuando con ignorancia y desidia, permitieron la invasión y el apoderamiento de fértiles tierras propicias para el caucho, que estaban abandonadas, ignoradas y desatendidas por los gobiernos de ambos países. Dieron ocasión para que ambiciosos colonizadores y empresarios, se aprovecharan de tanta riqueza oculta en los extensos territorios de la Amazonía. En ese entonces se firmaron varios tratados entre los gobiernos luego de enfrentamientos militares en áreas de los ríos Caquetá y Putumayo, durante los primeros días del siglo XX que fueron ignorados pese a las quejas y críticas salidas de lado y lado, que forzaron a las autoridades de los dos países a llegar a un acuerdo y firmar un tratado en 1905, llamado Valverde-Calderón, en el que se nombró como árbitro de posibles discrepancias al pontífice romano, por 10 años estableciendo por lo pronto un Statu Quo.

Ante la aproximación de un acuerdo, la poderosa “Casa Arana”, terrateniente de inmensos territorios en la Amazonia de ambos países, con explotaciones de caucho en plantaciones enormemente productivas y afianzadas en un inmenso poder ante el gobierno del Perú de donde era oriunda, se opusieron vehementemente; lo que dañó lo acordado, obligando a que se llegara a un nuevo acuerdo titulado ‘Modus Vivendi’, con vigencia por otros 10 años. Arana aprovechó y viajó a Londres para buscar capitales en Gran Bretaña. El 27 de septiembre de 1907 creó la empresa “Peruvian Amazon Rubber Company”, con un capital de un millón de libras esterlinas. Su intención de constituir a su empresa como británica además de captar nuevos capitales, tenía como objetivo dejar a salvo sus intereses en caso que se dé la contienda del territorio donde él operaba (entre el Putumayo y el Caquetá) por entonces en disputa con Colombia y se resolviera en favor de este país.

Los colombianos no se quedaron atrás e hicieron lo mismo y con idéntica finalidad: asegurar sus inversiones en la zona en caso que el territorio quedase en manos peruanas. Por eso, al mismo tiempo que Arana registraba su empresa en Inglaterra, ellos constituyeron un sindicato con inversionistas norteamericanos, Hnos. Selleck, sobre la base de propiedades que el gobierno colombiano había otorgado a la empresa colombiana Cano, Coello & Cía. Finalmente, endeudados y atemorizados por el feroz Arana, Cano & Coello terminaron cediendo su concesión al cauchero. En este juego de intereses económicos, encubierto por discursos patrióticos y de defensa de las fronteras, Arana no tuvo reparos en asociarse con otros inversionistas y políticos colombianos como el diplomático Enrique Cortés que en 1907 era Ministro Plenipotenciario de Colombia en Washington, quien no solo era su agente comercial en Londres, sino que fue socio fundador de la Peruvian Amazon Co. Ya desde esos tiempos «La Asociación Ilícita para Delinquir» hacia sus pinitos en nuestro país.

Múltiples, esporádicos y fugaces enfrentamientos sucedieron entre las fuerzas armadas respectivas, que fueron acrecentando paulatinamente el conflicto que se daba en condiciones excepcionalmente difíciles, por factores como el aislamiento de estos territorios incomunicados, sin ningún tipo de vías y en selvas plagadas de pestes y alimañas que atormentaban a los representantes de los dos gobiernos, atentaban contra su salud, produciendo bajas e incapacidades, y con unos países desprovistos de equipamiento, sin aviación, que era la única forma de atender tantas dificultades. A continuación se dieron hechos de violencia en localidades como Leticia, El Encanto, Tarapacá y otros puestos militares esparcidos por los vastísimos territorios. Ante tal escalamiento, Perú rompió relaciones con Colombia, el 14 de febrero de 1933.

Ya en 1925 se publicó “La Vorágine”, novela memorable de José Eustasio Rivera, quien describe por vez primera en detalle la inmisericorde esclavización que eran sometidos los indígenas amazónicos por la Casa Arana al norte del río Putumayo y la feroz competencia con los caucheros de Colombia y Venezuela, en un entorno en donde el fuerte atropella y elimina al débil. La información esencial de Casement (1911-1912) y otros testigos de la época es referida o aludida por Rivera con un estilo novelesco. Mientras tanto en Colombia tras 44 años de hegemonía conservadora, en 1930 es elegido presidente el liberal Enrique Olaya Herrera y entra en vigor el Tratado Salomón-Lozano, y con ello la entrega de Leticia a Colombia. Como canciller de Colombia en 1910-1911, Olaya había tenido a su cargo la negociación diplomática del caso de La Pedrera; y conocía muy bien los problemas limítrofes con nuestro país.

Como era de esperar, los loretanos se sintieron dolidos ante semejante entrega de parte de su territorio y el 27 de agosto de 1932 se celebró una asamblea en un local de la calle Ramírez Hurtado de Iquitos, en donde se constituyó la Junta Patriótica Nacional, presidida por el teniente coronel Isauro Calderón, el capitán de corbeta Hernán Tudela y Lavalle, los ingenieros Óscar H. Ordóñez de la Haza y Luis A. Arana, los doctores Guillermo Ponce de León, Ignacio Morey Peña, Pedro del Águila Hidalgo y Manuel I. Morey. Después de jurar solemnemente el compromiso de honor que asumían para la reivindicación de los territorios entregados, adoptaron todas las providencias y la coordinación con los comandos militares de Iquitos, la provisión de armamento y todo cuanto era pertinente. Su lema era: “Por la patria, todo por la patria”. Con la gran seguridad de contar con el apoyo de los propios peruanos de Leticia, les animó para lograr la recuperación.

Por eso el 1ro de septiembre de 1932, 49 ciudadanos de Iquitos y Caballo Cocha al mando del ingeniero Óscar Ordóñez y del alférez Juan La Rosa tomaron Leticia, se logró su incorporación al Perú, contando con el apoyo de la misma población y sin necesidad de violencia; pero debo recalcar que detrás de bambalinas, estaba el mismísimo Julio C. Arana. Días después y por orden expresa del Presidente Sánchez Cerro, la pequeña localidad de Tarapacá, sobre la margen sur del río Putumayo, es tomada por fuerzas militares peruanas y convertida en fortín atrincherado. Al ser Tarapacá un lugar estratégico por su proximidad a Brasil y sus características topográficas, ya que desde ahí se controlaba la navegación río abajo hasta el Amazonas. Estas acciones militares se explican por la entrada en vigencia de un arancel colombiano que gravaba las ventas de azúcar, cuyo único mercado era Iquitos. Una circunstancia afín merma la rentabilidad de los caucheros peruanos y, en primer lugar, la de Julio C. Arana. Este siempre se había opuesto férreamente a la ratificación del tratado, junto con otros congresistas a quienes lidera, y finalmente, con el apoyo del presidente Sánchez Cerro, se inhabilita el tratado de 1922 por medio de un conflicto bélico. Hoy no cabe duda de que Arana fue uno de los principales impulsores de la toma de Leticia y la guerra con Colombia.

El presidente Enrique Olaya Herrera y su Ministro de Guerra deciden no retomar por la fuerza Leticia, en vista del importante contingente peruano que la ocupa (280 hombres) y de su preparación militar contra un ataque colombiano entonces visto como muy probable. Más que batallas, se producen acciones localizadas y breves encuentros. Que abarcan dos puntos del Trapecio Amazónico colombiano ocupados por Perú (Tarapacá, sobre el río Putumayo, y un puesto sobre el río Cotuhé) y tres zonas aledañas al mismo río al oeste del Trapecio: Güepi-Chavaco-La Zoila, en el extremo occidental de la frontera fluvial entre los dos países y con sendas guarniciones (colombiana en la isla de Chavaco; peruana en Güepi y La Zoila), hoy en la actual provincia del Putumayo; Calderón- Yabuyano, en territorio y bajo control colombianos y al sur del río Caraparaná; y Puca-Urco (Puerto Saravia), base aérea de Perú sobre el río Algodón y en nuestro territorio.

Durante el conflicto, Alemania, Brasil y EEUU apoyan a Colombia. En cambio, Inglaterra toma partido por nuestra causa. Son muy desiguales las fuerzas militares en el conflicto. Las fuerzas regulares peruanas suman más de 17,000 hombres, contra 6,000 de las colombianas, incluidos 220 hombres en la Amazonía. Su armada y fuerza aérea son apenas incipientes. Perú cuenta en cambio con una marina de guerra de mucha tradición y poderosos equipos bélicos: terrestres, aéreos, na- vales, e inclusive, submarinos. Finalmente, las F.A. de Colombia se hallan desmoralizadas por la depuración reciente de su oficialidad, juzgada favorable al conservatismo por la administración liberal del nuevo presidente Olaya Herrera.

Sobre la marcha, Colombia trata de fortalecer su ejército, formar también una marina de guerra y una aviación militar. Para ello Colombia contaba en este momento con una preeminencia que fue definitiva, y que permitió ganar ventaja en el conflicto. La presencia de la “Skadta”, única empresa de trasporte aéreo existente entonces en Suramérica, nacida en Barranquilla con participación económica y estratégica, y con capital humano y técnico alemán, la que desde un principio estuvo dispuesta a ayudar a Colombia frente al conflicto. Voluntad que se concretó sin demora, en la entrega de tres hidroaviones de transporte, los que se adaptaron como naves de guerra ante la premura y dadas las circunstancias.

La persona designada por Skadta como coordinador de tal compromiso con Colombia, fue el piloto capitán Herbert Boy, quien debía asesorar y brindar todo el apoyo necesario en decisiones técnicas y estratégicas dada su experiencia al haber sido oficial de la Luftwaffe, como piloto de Alemania durante la I Guerra Mundial. Al piloto Boy, a quien más tarde se le otorgaría la nacionalidad colombiana y el grado de mayor, se le encargó organizar la incipiente Fuerza Aérea Colombiana, contratar pilotos alemanes, excombatientes de la misma conflagración, quienes se incorporaron a la fuerza armada colombiana para preparar a los nóveles aviadores colombianos, siendo muy importantes, además, en acciones que más tarde se dieron. Colombia se dedicó a ganar tiempo, mientras no estaba lista militarmente; en un claro ejemplo de esto, no responde inmediatamente a la toma de Leticia. Pero en menos de cuatro meses tienen listo a su armada, aviación y ejército en pie de lucha. Y llevan la presencia militar hasta la Amazonia colombiana.

Ambas naciones concluyeron en la necesidad de adquirir aeronaves de combate, adecuadas a las especiales e inhóspitas condiciones de los territorios Amazónicos. Colombia inició contactos inmediatos con fabricantes y proveedores para adquirir aviones que reunieran las especiales características que exigía el medio donde debían desempeñarse, por tanto era indispensable se tratara de hidroaviones, pues en la Amazonia en esa época no existían pistas terrestres y era indispensable en cualquier momento desplazarse y acuatizar en algún río. Por su parte nuestro país había ordenado una flotilla de hidroaviones Vought Corsair (fabricación norteamericana). Y Colombia compró los hidroaviones Curtis Hawk que habían sido adquiridos de último momento a EEUU. El combate parecía no conducir al triunfo de ninguna de las partes, cuyos sucesos ocurrían en territorios casi irreales, donde las noticias se perdían en las distancias y las difíciles comunicaciones. Por otra parte, los diplomáticos seguían reuniéndose en Río de Janeiro, con lentos avances y difíciles acuerdos. En medio de este clima inmovilizador, sucedió un hecho providencial. El presidente Luis Miguel Sánchez Cerro, fue asesinado por la furia de un extremista opositor.

Asesinado el presidente, esa misma tarde el Congreso decidió nombrar al general Oscar R. Benavides para completar el período del difunto gobernante. El nombramiento era una clara violación constitucional pero se invocó la situación de emergencia. El militarismo continuaba. Dicen que Benavides mandó quemar mucha documentación referente al asesinato de Sánchez Cerro. Una vez asentado en la presidencia el general Oscar Benavides se supo que era un entrañable amigo de quien en ese momento había sido electo como presidente de Colombia, Alfonso López Michelsen. Este último se trasladó a Lima e inició una amigable conversación sobre el litigio limítrofe, la que concluyeron en la ratificación del Tratado Salomón-Lozano, conviniendo la paz inmediata.

El asesinato tuvo motivos más internacionales que nacionales, porque Sánchez Cerro ya había fijado su posición de recuperar la provincia de Leticia (cedida muy fácilmente por el anterior presidente Leguía a Colombia), incluso preparó al país para la guerra, lo cual está sustentado en la movilización de las fuerzas armadas para tal fin. La rapidez con que Benavides accedió a la presidencia la misma tarde del asesinato de Sánchez Cerro, su posterior actitud frente al conflicto con Colombia, de cambiar la orden de defender los intereses de la patria a entregar la provincia de Leticia a una comisión internacional la cual estaba conformada por las fuerzas armadas colombianas, y su interés en cerrar el caso y no investigar más el asesinato, dan muestra que Benavides fue un traidor de los intereses patrios. ¡No les parece inapropiado que el principal colegio público de nuestra ciudad lleve el nombre de tal personaje? No lo merece! Leticia fue devuelta a Colombia y actualmente es la capital del departamento colombiano del Amazonas, con una fuerte presencia de instalaciones militares.

La Casa Arana, fue el principal detonante del conflicto colombo-peruano de 1932, bajo la premisa que durante todo el conflicto, se luchó única y exclusivamente por el territorio que Julio César Arana había reclamado como suyo. Sin embargo, el papel que jugó la Casa Arana en el Amazonas no se limita al conflicto de un año, o a la explotación del caucho. El legado de la Casa Arana está rodeado de claros y oscuros, pues este fenómeno histórico es claramente condenable por el genocidio, la esclavitud y el exterminio de diversas etnias indígenas, que pone sobre la mesa distintas temáticas relacionadas con la vida, los derechos humanos y otros. En la actualidad, los indígenas que habitan el norte del río Putumayo, recuerdan las historias de sus abuelos, como las más atroces que hayan vivido estas comunidades nativas, principalmente los Uitoto, pero también los Nonuya, Muinane, Andoke, Bora y Miraña. El sistema de trabajo se basada en la habilitación. Es decir, en la entrega de productos industriales a los indígenas que ellos debían pagar con gomas. Como la relación de intercambio era asimétrica, en tanto que los precios de los productos entregados a los indígenas estaban sobrevaluados mientras que el valor de aquéllos con los cuales estos los pagaban estaba subvaluados, las “deudas” se fueron haciendo impagables. Los indígenas que mostraban su disconformidad con el sistema comenzaron a ser castigados y los que osaron rebelarse fueron bárbaramente asesinados. La situación llegó a convertirse en un verdadero régimen de terror, con castigos físicos (uso del cepo, flagelaciones, mutilaciones) que causaron miles de muertes. Los cálculos de Arana para convertir su empresa en británica le salieron mal. No solo no le sirvieron para salvar sus intereses en la región sino que, debido a que las denuncias comprometían a la vez, a una empresa registrada en Londres, el Parlamento Británico ordenó una investigación.

La historia que sigue es el proceso de investigación ordenado por el Parlamento Británico y también por el gobierno peruano. Del primero dan cuenta los informes elaborados por Roger Casement y sobre el segundo, los redactados por los jueces peruanos Valcárcel y Paredes. Estos dos jueces son figuras que actuaron con valentía y dignidad en un proceso lleno de mentiras y amenazas de los caucheros. Sin embargo, nunca se llegó a sancionar a ninguno de los implicados en las atrocidades del Putumayo, quienes huyeron antes de ser capturados. Arana quedó como una persona “que no sabía” lo que pasaba en la región y es aún hoy considerado por muchos en el Perú como una especie de héroe civilizador y patriota defensor de la frontera. Julio César Arana fue todos los domingos de su vida a misa regularmente, daba limosna a los menesterosos, de esa manera creía que maquillaba sus crímenes de lesa humanidad cometidos en el Putumayo; pero en el colmo de la ironía este canalla murió en su cama con todos los parabienes a favor, un crucifijo presidiendo el dosel, y con la más laxa de las indulgencias históricas, era un enajenado sin remilgos ni moral, ni nada que se le pareciera, además de estar muy consciente de lo que hizo. Era el sadismo encarnado en un traje de cauchero.