En la guerra contra el narcotráfico
El contrabando de esto y lo otro se volvió universal en tiempos coloniales, en nuestra Amazonía. Nada, ni las pertinentes acciones para la erradicación de ese mal, ni la represión posterior, consiguieron acabar con esa industria del delito. Hoy, siglos después, el contrabando sigue viento en popa. De esto y lo otro. El narcotráfico, ese rubro del capo sin escrúpulos y del sicario sin piedad, de las propiedades indebidas, del dinero lavado en bancos y comercios y del cocalero rural, es otro de los perniciosos flagelos que todavía no se pueden erradicar. Como un desatado cáncer social, corroe todos los cimientos y estamentos de la sociedad, y vive entre las generaciones igual que un estigma feroz.
En el campo de la lucha contra el narcotráfico más son las pérdidas que las ganancias. Esto se puede graficar mejor con la presencia increíble, ante la vista y hasta la paciencia o la impaciencia y la protesta de tantos, de fumaderos visibles, de antros del vicio, en varias partes de las ciudades amazónicas. Allí están como desafíos permanentes, como acusaciones sin respuesta. La represión tampoco ha dado en el blanco. Sus acciones y sus disparos fracasan, y los capos abren nuevos espacios en otros lugares, contaminando todo, pervirtiendo todo. El narcotráfico, como el contrabando, corre el riesgo de perpetrarse por los siglos de los siglos.
Todo lo anterior como unas rápidas reflexiones al pie de las optimistas declaraciones del presidente de Devida, don Rómulo Pizarro que publicamos en la edición de hoy. Nos parece muy bien que el citado desborde ímpetu y ganas, valor y coraje, contra esa peste fatal. Estamos de acuerdo en que hay que vencer el miedo, que tantos tienen que ponerse los pantalones. No dudamos que en las acciones que se emprenderán de aquí a poco hay buenas intenciones y recursos. Pero tenemos el deber de advertir que la cosa no será nada fácil. Y, sin caer en optimismos ingenuos, vamos a rezar para que la guerra contra esa desgracia se convierta en victoria.