El asesinato de los esposos Arévalo-Bardales nos coge con total indiferencia. No intuimos la magnitud de ese crimen. Haya sido ajuste de cuentas o un crimen por encargo debemos conocer que ambos se dedicaban al rubro de la construcción y en ese círculo se movían.

En las últimas semanas desde Yurimaguas nos llega de todo. Muestras de solidaridad ante un incendio para apoyar a los que perdieron todo. Atención nacional ante el incendio forestal que devastó el bosque en el Shanusi. Y, lo último, el asesinato de los empresarios Carlos Arévalo Vásquez y Jenny Bardales Abad.

En Iquitos, ciudad capital de la región Loreto, se ha producido derrumbes de paredes, voladuras de calaminas, destrozos de árboles y colegios que tuvieron que suspender clases porque quedaron inhabitables. Ni esa desgracia ha motivado la atención ciudadana, más allá de normales embelequerías y anécdotas. Nos hemos enfrascado en buscar culpables de lo ocurrido y las principales autoridades se enfrascaron en una discusión virtual para dar a conocer quién llegó primero a la zona de desastre. Pero solidaridad, es decir eso que se llama conmoverse por el dolor ajeno y acudir en su ayuda, muy poco. Ni la tormenta tropical ha sido capaz de tocarnos el chip de la solidaridad. Peor aún. Existe la amenaza de una nueva tormenta y no hacemos nada.

El asesinato de los esposos Arévalo-Bardales nos coge con total indiferencia. No intuimos la magnitud de ese crimen. Haya sido ajuste de cuentas o un crimen por encargo debemos conocer que ambos se dedicaban al rubro de la construcción y en ese círculo se movían. Con todo lo bueno, malo y feo que tiene esa industria. Más allá de rumores lo cierto y real es que se asesinó a dos empresarios. Lo que evidencia que existen personajes que creen cobrar sus deudas con la vida de otros. Y, más aterrador aún: existen sicarios que por menos de cinco mil dólares están dispuestos a realizar trabajos criminales. Y en Iquitos, acostumbrados a mirar con cierto desdén lo que sucede en “La Perla del Huallaga”, silbamos al aire como si los problemas de seguridad de la capital de la provincia de Alto Amazonas no fueran peores en Iquitos.

En Iquitos, no olvidemos, unos personajes fueron detenidos cuando pintaban frases en contra de la alcaldesa de Maynas. Hace algunos meses trabajadores del Gorel –de la siempre controvertida OPAC- en pleno día aparecieron con pancartas difamatorias en un asunto privado. En los espacios de radio, televisión e impresos que financia el gobernador Fernando Meléndez diariamente se insulta a sus opositores y se lanza cotidianamente mentiras con el solo afán de crear un clima de violencia hacia quienes no comparten sus despropósitos. Previa a cualquier actividad la ciudad es inundada de panfletos que los periodistas sabemos dónde se imprimen y quien los financian porque son los beneficiados con los trabajos de impresiones fantasmas en las dependencias públicas, especialmente la DIRESA.

En Yurimaguas la mayoría es gente solidaria, anfitriona y con un ritmo de vida que se caracteriza por la alegría y la diversión. Pero hoy también está habitada por asesinos y por quienes contratan sicarios con la finalidad de eliminar a quienes consideran sus enemigos. Me aterra la sola idea que, habiendo llegado gente respetable y maravillosa de Yurimaguas, también hayan llegado asesinos camuflados como empresarios y emprendedores que hoy habitan las más altas esferas del gobierno y que están dispuestos a todo con la finalidad de mantener un poder que siendo efímero puede ser mortal.