Por: Moisés Panduro Coral

El cambio climático es un fenómeno innegable en nuestros días. Es una variable imprescindible de la realidad que debemos considerar en nuestra vida cotidiana, y también en el diagnóstico, en la definición de políticas públicas, en la implementación de acciones de desarrollo en cualquier lugar del planeta. Partimos de la evidencia de que el clima ha sufrido una alteración notable, es decir que sus elementos como: temperatura, precipitación humedad, viento, presión atmosférica, evaporación, nubosidad, etc. tienen hoy parámetros diferentes en diversas regiones respecto de los últimos 50 años

En la dinámica natural del planeta, estos cambios han requerido largos siglos, lo que permitió a las especies  animales y vegetales ir adaptándose paulatinamente a las nuevas situaciones climatológicas. Sin embargo, al acortarse dramáticamente el periodo de duración de esos cambios, los retos que se le presentan a la especie humana son varios, y aún más, dispone de poco tiempo para afrontarlos: reducir las emisiones de dióxido de carbono y metano, anulando sus principales causas; amoldarse a las inéditas condiciones de su entorno climático, preparándose para sobrellevar sus efectos; revertir la espiral de insostenibilidad del uso de recursos naturales, e intentar restablecer el equilibrio original, tarea titánica de muchas generaciones que quizás se logre en el siglo postrero al presente.

El diseño del espacio poblacional donde vivimos debe responder a esos retos. Y, por supuesto, las viviendas que la conforman y que albergan a las familias. Así, en el amoldamiento a los nuevos parámetros, podemos decir que si la temperatura se ha incrementado en 2ºC, lo correcto es que las viviendas sean perfiladas como estructuras reductoras de calor con techos de material aislante del calor, ventanales y ductos que hagan circular el aire y la propaguen, con árboles de copas expansivas en el frontis y las huertas. Si la periferia de la ciudad se inunda cíclicamente con el riesgo de que cada año el desborde sea mayor, la solución es crear nuevas áreas en terreno firme para trasladar a las familias, fijar una zona límite de ocupación urbana y prohibir bajo pena de arresto la pretensión de querer afincarse en el área vedada.

Si la ciudad y la vivienda es frágil frente a los vientos –como hemos descubierto que es Iquitos con la ventisca de la semana pasada-, es conveniente diseñar nuestra ciudad con árboles cortavientos que generalmente tienen ramas elásticas y poco quebradizas, con hojas caducifolias y de raíces profundas. Las viviendas deberían contar con techos de amarras resistentes y con un espacio dentro de ellas construído con materiales resistentes en el que puedan refugiarse las familias durante el tiempo de duración del fenómeno. En países como Estados Unidos, la formación y el desplazamiento arrasador de los huracanes obligan a considerar refugios subterráneos debajo de los pisos de las viviendas; aquí en la selva nuestra solución sería un espacio seguro y compacto dentro de la casa.

Decir que debemos mejorar nuestra capacidad de respuesta frente a los fenómenos climáticos, implica entonces varias cosas. Primero, rediseñar el modelo de acondicionamiento territorial de las ciudades ubicadas en la selva amazónica, asegurando la disponibilidad de áreas para vivienda, el potenciamiento de mercados locales y la provisión de servicios básicos, todo ello transversalizado por la sostenibilidad ambiental. Segundo, establecer nuevos parámetros de edificación, incorporando las previsiones ante ventiscas y huracanes, válidos para viviendas familiares y residenciales, la infraestructura pública y empresarial; así como la evaluación y el reforzamiento de las edificaciones existentes. Tercero, mejorar y/o implementar la tecnología y el adiestramiento de los equipos de intervención frente a los desastres, que es una de las falencias más relevantes en nuestras ciudades. Cuarto, educar a la población en una cultura de prevención de desastres derivados del cambio climático, una cultura de contribución a la preservación ambiental  y de réplica social a las crisis.

Seguro que hay más aportes que se pueden hacer. Modestamente, éste es el mío.