Recuerdo que las clases de Derecho romano en la gris universidad limeña eran clases sin mucha chicha o igual que las clases de Historia del Derecho los profesores o profesoras no le ponían pasión, ingenio, creación, intelligenzia. En el caso de Derecho romano confieso que eran clases desabridas y solo enfocadas al derecho romano y repetir el latín macarrónico, muchas veces, sin venir a cuento. Mi experiencia con la materia de Derecho romano eran de una gran desilusión, salvo las clases de Fernando de Trazegnies, que dijo en una entrevista que era un converso de Derecho romano, gozaba mucho en sus clases. Con el tiempo me di cuenta que a esas clases de D. romano de la universidad les faltaba la situación de contexto, que éstas, las clases, estaban en el currículum y hala a enseñar, no explicaban lo suficiente las razones de por qué estudiar el Derecho romano ¿por qué no estudiar derecho griego o derecho indígena, por ejemplo, más si mi mundo es el amazónico? Esas preguntas siempre rondaban mis preocupaciones. Hace poco leí el libro de Mary Beard y John Henderson “El mundo clásico. Una breve introducción”, un libro fresco, vital, que nos devuelve las claves para entender las razones de que se privilegia el mundo clásico del griego/romano (recordar que Mary Beard ha recibido el Premio Príncipe de Asturias). Empieza narrando la incursión de un grupo de muchachos adinerados que buscan las ruinas griegas y desde allí el empeño por los estudios clásicos que venía también de la Edad media; nos muestra ese mundo con sus brillos y sus ausencias como es el caso de la situación de las mujeres y los esclavos. Mientras leía ese texto me preguntaba si mis profesores de Derecho romano ¿habrían consultado al libro de Beard- Henderson? Seguro que no, por eso continúan haciendo sus clases sosas y sin pizca de sal. Encontrarse con esos libros iluminadores nos enseñan que hay mucho por divulgar y sobre todo para entender porqué se enseña esa materia que para un amazónico puede parecerle exótico o traídos de los cabellos. El azar suele entremezclar, sin querer, casi todo. Mientras leía el libro me llegó la invitación de la universidad donde había leído la tesis doctoral en la cual me invitaban a la ceremonia de investidura y para tal hecho, aparte de la formalidad de la toga, la borla y el birrete rojo, tenía que leer la promesa en latín. Sentí un calambre de emociones. Así entendí, de un golpe, el libro de Beard- Henderson y el vigor del mundo clásico en algunos aspectos formales de la Academia. La puntilla final de la ceremonia de investidura fue el coro que cantaba Gaudemus igitur, confieso que me emocioné por ese guiñó del azar. Vivat Academia, Vivat et res publica, vivat nostra civitas.

https://notasdenavegacion.wordpress.com/