Una ciudad literaria

Iquitos siempre ha estado precedida por su leyenda, como ciudad perdida en medio de la selva amazónica. Maldita, atrayente, mágica y hedonista, santera y cosmopolita, apacible pero intensa.

Por todo lo alto, Iquitos aparece por primera vez, casi en sus orígenes como urbe, en el libro “La Jangada” del celebérrimo Julio Verne, publicada en 1881. Para el escritor francés, en esta novel ciudad “la vida era realmente muy rudimentaria, tanto como en la mayor parte de las pequeñas aldeas del Alto Amazonas”, cuarenta chozas, con techo de bálago. Una aldea, según Verne, en la que las cabañas se “hallaban pintorescamente agrupadas en una explanada que dominaba las orillas del río a unos sesenta pies de altura”.

“El sueño del celta”, del premio Nobel Mario Vargas Llosa (publicada el 2010), nos traslada a la época del caucho, para retratar las aventuras de sir Róger Casement para investigar y denunciar las atrocidades contra los indígenas amazónicos. Iquitos es una ciudad en la que convivían construcciones de madera y adobe, cubiertas de hojas de palma, con “amplias mansiones de fachadas iluminadas con azulejos importados de Portugal”. El contraste entre opulencia de los barones extractores y la pobreza miserable de los demás ciudadanos, reflejada en casonas como la Prefectura o la Casa de Fierro, atribuida a Gustav Eiffel.290

Mario Vargas Llosa también escribe, más ampliamente, sobre Iquitos, en “Pantaleón y las Visitadoras” (1974). Un retrato de los años cincuenta que sigue al capitán Pantoja y sus divertidas casquivanas, donde  el humor y la anécdota inmediata se pierde en la apacibilidad y entre vestigios de una sociedad plagada de humor y de chismografía. Las calles, jirones, las costumbres de la época, el descubrimiento de la Hermandad de la Cruz de Moronacocha y demás, son una delicia y probablemente una de las novelas donde más se ha tratado la ciudad  como protagonista.

“Iquitos está en los tres grados de latitud sur, bajo la línea ecuatorial. Rara vez aparece en las fotos de avión o de satélite. Permanece cubierto, en promedio, 320 días al año. Sólo observado por el ojo inmóvil del gran ciclón de nubes que gira sobre la cuenca amazónica”. Esta frase precisa inicia la descripción de la ciudad en la novela “El lugar donde estuvo el Paraíso”, del chileno Carlos Franz (1996), historia de un cónsul que llega a Iquitos y se encuentra en medio de una intriga política y sentimental.

Más intenso y delirante es el relato del francés Jean Echenoz en “Al Piano” (2004), en la que su protagonista, el pianista Max Delmarc, deambula, ya en un horizonte plagado de calor, motocarros, caos y picardías, por Iquitos como si fuera el Purgatorio. Igual de caliente son las peripecias de Miguel, que huye de una ciudad sometida por la pobreza y el peligro del tráfico de drogas, en “El Príncipe de los Caimanes” (2002) de Santiago Roncagliolo. Los embarcaderos son lugares de salida, pero también de escape, de segundas oportunidades.

Una ciudad literaria, como ninguna otra, Iquitos, espacio de alucinación e inspiración. Mis libros “IQT [Remixes]” (2007) y “Resplandor” (2012) la toman como protagonista, diversa, maravillosa, difícil y desbocada, de cultura, baile, teorías de la conspiración, ayahuasca y grafitti. El Aeropuerto es protagonista. El Malecón es retratado en su exacta dimensión. El futuro se retrata feroz, pero incierto.

Desde la crónica o desde un relato de ciencia ficción desesperanzado, altanera e invencible, Iquitos nos invita a seguir creando sobre ella. A seguir escribiendo sobre ella.