Escribe: Jorge Martín Carrillo Rojas

Martes 14 de junio poco más de las seis de la tarde. A pocos metros del canal en el que laboro, en un bar frecuentado por algunos colegas periodistas, me encuentro dos amigos, compañeros de trabajo del Gobierno Regional de Loreto. Ángel “diablo” Isla y Hernán “renegón, el viejo” Tanchiva. Es imposible negarme hacer un salud con estos personajes que acumulan un sinfín de historias, las que recuerdan mi paso por la administración pública.

Minutos antes de encontrarme con ambos personajes, me llama la atención la presencia de un extranjero. Un barbudo está tirado, cual costal de papa, en la calle Raimondi, a pocos metros de la plaza de Armas de Iquitos. Es por eso sector que a diario transitan turistas de todas las sangres. Muchos lo relacionan con personajes de la calle que no generan historia alguna.

Un vehículo policial llega a donde está echado el turista. En el lugar estamos Carlos “el cazador” Ampuero y este escriba registrando a un personaje, con quien en más de una vez nos hemos cruzado la cara. Sin embargo, a pesar de tener su rostro en nuestra retina, no podemos tener su identidad de este personaje ganado por el alcohol y qué diablos más.

Un bar reúne historias. Y es precisamente este ambiente que me permite conocer a dos jóvenes colombianos. Dos malabaristas. Dos jovencísimos. Dos pulpines que no le hacen mal a nadie y que tan solo quieren seguir juntando unas monedas para seguir en su aventura de recorrer Sudamérica. Natalia y Mateo son dos parceros que tienen planeado recorrer algunas ciudades del Perú para luego enrumbar a otros países.

Natalia con 22 años, una mujer muy agraciada y Mateo con 21 años, es un joven larguirucho con porte de basquetbolista más que de malabarista, acaban de salir del hospedaje en el que están alojados turistas de diversos países, esos a los que llamamos mochileros. Han sido retirados por un incidente confuso. Pese a ello aun están con las ganas, que además su edad les permite, de seguir haciendo sus números malabaristicos para ganarse como ellos dicen, algunas monedas que les permita en algunos días enrumbar a Pucallpa, luego a Tarapoto y quizá a otras ciudades del Perú.

Daniela ha dejado su carrera de veterinaria por conocer otros países, culturas y costumbres. Mateo aun no ha pensado si estudiará, porque como él mismo dice, en su país, como en muchos otros, no hay muchas oportunidades.

En días en que el fervor de la copa América aun nos tiene expectante de nuestra selección, Mateo me cuenta que le gusta el fútbol, no el fanatismo y nos lanza una idea: “de qué sirve ver a un jugador, a quien le pagan mucho dinero por patear una pelota y a quien idolatramos, cuando a un médico que salva una vida nadie le agradece, ni lo reconoce”. Sin duda para pensar en lo que nos expresa Mateo.

Ahí están Natalia y Mateo, dos jóvenes que viven su vida a su manera, trabajan para pagar el hospedaje y comer, y con su arte, el malabarismo, seguir recorriendo países y ciudades. A estos jóvenes colombianos los pueden encontrar en la avenida Quiñones con vía de Evitamiento, en el sector de San Lorenzo, ofreciéndonos su arte. No les caería mal una propina pues esta tiene un fin más que interesante.

Más allá de la política, el fútbol y los problemas del día a día, se puede encontrar a personas como Natalia y Mateo, con quienes se puede conversar de todo. Desde política, de políticos, de arte, de libros y de todo.

Puedo asegurar que cuando tenga la suerte de conocer Medellín, podré encontrar a Natalia y Mateo, quienes invitarán varias cervezas y seguiremos contándonos nuestras aventuras.

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