Julia Ramírez, la mejor correctora y jefa de redacción que haya pasado por el periodismo loretano, le llamaba Toñito. De un momento a otro apareció en la sala de compaginación y su rostro infantil y mirada pendenciera llamaba la atención de los ingenuos y despelucados que por esos años rondábamos por ese sector del CETA cuando nuestras funciones estaban en otras oficinas.

Entrada la tarde del sábado 16 me llega el mensaje: un barco turístico se incendia en el puerto de Enapu. A los pocos minutos entra otro mensaje: uno de los fallecidos es hijo de Martha Patricia, la de los bufetes. Ya habían entrado unas cervezas al circuito sanguíneo y al instante me vino a la mente la primera y múltiples veces que vi a Toño, Toñito para la mayoría y yuquita para los más allegados. Putamadre, mi palabra favorita para los momentos difícil, se pronunció espontánea e instantáneamente. Y, luego, unas lágrimas en mute por el dolor que produce que una persona conocida muera de esa forma y en esas circunstancias. No una, miento, un millón de lágrimas.

Cualquiera que está vinculado a los tragos especiales y espaciales o haya tenido indirecta o directa relación con los cruceros y la buena comida, tiene que haber conocido a Toño, Toñito para los más cercanos. Porque no sólo ponía sazón a los platos más formales o estrambóticos de la Amazonía peruana. Sino que se hacía notar -como debe ser- por su comida y por su don de gente. Y, como quiera que las circunstancias en que nos conocimos fue de él practicante y este articulista periodista-editor, siempre saludaba con el debido respeto, siempre con la mirada pendenciera de quienes tienen el sabor alegre en la vida. Y, hoy caigo en la cuenta, creo que ése fue el motivo siempre de su vida: ser alegre.

Y su alegría era la cocina. En donde quiera que estuviese. Sea en el río o en Malabar. Sea con parroquianos extranjeros o nacionales. La cocina era su alegría e hizo de ella una alegría para todos. Por eso venció a una enfermedad mortal. Y, ahora que estoy frente a la computadora, caigo en la cuenta que siempre -como debe ser- quiso ser primero. Tanto así, Toño, Toñito, que fuiste el primero que encontraron con el cuerpo calcinado, mojado e inerme. Y, qué ironía del destino joven, seguro que fuiste el primero en soportar el fuego asesino que otros habían iniciado y que te llevó a la muerte. Tu trabajo era en la cocina, con el fuego ya sea lento o abrasador y es ahí donde te cogió la muerte y es el fuego -al que siempre controlaste para los potajes- que te dio el aderezo final. Pero, claro, ya todo está consumado. Y los demás que se ocupen de buscar a los responsables, que los sancionen si quieren, que los culpables de esta tragedia sepan que se ha muerto un gran tipo de tan solo 36 años que nunca le finteó a la sonrisa. Porque la alegría de vivir no se quita ni con la muerte para seres como el cheff llamado Antonio, Toño para todos y Toñito para la mayoría y yuquita para los más allegados.