Larga cola para ingresar al Museo del Prado

ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel

No exagero. Palabra. No me hubiera imaginado pisar el aeropuerto de Barajas así me lo predecía una de esas tantas brujas que leen la barajas en Iquitos. Pero ya estaba en la capital española y olé. Llegué con la selección peruana pero al toque me di cuenta que esos seleccionados me llegaban. Así que ubiqué con cierta desesperación telefónica y mails a un loretano que fue el primero en saber de mi viaje: Miguel Donayre Pinedo. Todo lo que recorrí, conocí y comí en España fue gracias a Miguelón. Se agradece a la distancia. Una agenda apretada para una hoja de ruta que comenzaba en el centro de Madrid y terminaba en la madrugada festiva y mojada de la mítica ciudad, también en el centro.

“Nos vemos en la estación de Atocha, tomas el tren en Villalba y en media hora estás en el centro de Madrid”. Llegué tarde, latinoamericanamente. Pero los treinta minutos en el tren fueron treinta minutos. No porque lo quisiera Miguel sino porque las distancias no sólo se miden en kilómetros sino en minutos. Y si los kilómetros son exactos los humanos no tenemos porque hacer inexactos los segundos de los minutos.

Personajes universales que le dan sabor y color a las calles

Con gente de todos lados que da la impresión que siempre anda apurada no es posible detenerse sino es para asombrarse por la confluencia de, vaya uno a saber, cuántas razas. “España, aparta de mí esta cáliz” es el título de uno de los mejores poemas de uno de los mejores poetas peruanos que seguramente habrá visto llover sobre este cielo gris pero lleno de vitalidad. “Te dejo Madrid” es el título de una de las mejores canciones de la colombiana Shakira que, por la irreverencia ibérica, ocupa una portada con el nada moderado título de “Waka… culo”. En alusión a su espectacular trasero, o a su evidente y enamorada relación con el jugador de Barcelona o porque el amarillismo mezclado con varios colores de la prensa madrileña no es un ejemplo siempre a seguir.

Cola para entrar al museo. Cola para entrar al Santiago Bernabeu. Cola para cancelar en la librería. Cola para todos los gustos. Cola que se hace con gusto. Porque la mayoría respeta la cola. En el museo del Prado la cola es más numerosa que otros días porque una vez a la semana la entrada es gratis y uno tiene la oportunidad de ver cuadros originales y en verdad siente emoción no sólo por la conservación de la obra sino porque en esos colores y trazos hay cientos de años que sólo se apreció en textos escolares. Parece un mercado, claro elegante. Todos respetando el letrero: “prohibido cámaras fotográficas y de video” que sugieren los símbolos y que de alguna forma preserva las más de 4 mil obras que se guardan, como las de Velásquez y Goya, para no cansarlos con la relación de pintores y apreciar “Las meninas” donde el perro llama la atención quizás más que el reflejo de los reyes Felipe IV y Mariana. La naturaleza de los colores son impresionantes a pesar que el cuadro fue terminado en los años mil seiscientos. El recorrido por el museo de la Reyna Sofía donde están las obras de Picasso y ver por todos ángulos “Guernica” ya es de un costo indefinido no porque uno sea un gran analista de pintura y pintores sino por la historia resumida en blanco y negro y porque es de alguna forma un privilegio estar frente a un original de un pintor grande. Conservación es la clave. Palabra que lamentablemente en nuestro Iquitos querido no está en agenda. Tampoco nos pongamos nostálgicos y, como decía el legendario “Pocho” Rospigliosi, vamos a lo que le gusta a la gente.

Las meninas de Velásquez en vivo y en directo
Guernica de Picasso en todo su colorido de blanco y negro

No me gustan los estadios vacíos. Y para mi vacíos están cuando no hay nadie en la cancha y ni siquiera público viendo los entrenamientos. No me gustan, pues. Y me niego a pagar cerca de 20 euros para recorrer durante 35 minutos los lugares recorridos por miles de jugadores y millones de hinchas desde que para el mundial España 82 fuera remodelado. Tan sólo verlo me trae a la memoria las fotos gigantes miradas en “Ovación”, la revista deportiva ya desaparecida -¿Por qué todo desaparece en Perú, por qué?- que allá por 1981 Pocho mostraba “en exclusiva” para sus lectores. Es un gigante. Tan gigante como el equipo que juega de local. Pero aparte del color del polo y los malabares de sus jugadores de hoy y de todavía no me sumerjo en la fanaticada que tanto entusiasma a mi compañero de esta hoja de ruta, es decir Miguel. Ya antes de esa visita una convencible jovencita me había convencido que adquiera por varios euros una foto con Ronaldo, donde Cristiano tenía cara de felicidad y yo de asustado seguramente porque algo de esos euros iban para su cuenta bancaria y porque algo de mis ahorros se imprimían con la foto que, además, podría reproducirse vía internet sin la presencia del portugués ni la mía. Pero el mercado es lo que manda.

Kilómetro cero para todas las distancias

Después, caminar por las calles céntricas. En el kilómetro cero, donde se empieza a contar las distancias. Pasear por las angostas calles que cada vez que puede anda Mario Vargas Llosa para dirigirse a su departamento en el centro de Madrid. Y sólo pensar que esas aceras también fueron pisadas por tanto ilustre ya uno va hinchando el pecho, así tenga un poco hinchado los pies de tanto caminar. Pero no todo estaba visto. Museos, estadios, librerías, cafés.

Zona céntrica donde tiene su departamento el Nobel peruano

De pronto no sé si un guiño a la tolerancia o un choque cultural de género o ambas cosas a la vez. Ya Miguel me había advertido: “Aquí es normal que parejas de homosexuales o lesbianas muestren su cariño en las calles, en las estaciones”. Y zas, el choque. Una pareja de hermosas jovencitas se dan un chape del carajo mientras bajan o suben las escaleras para tomar el tren. Digo suben o bajan porque eso es lo de menos –al menos para mí- porque el tierno beso desprejuiciado me provoca risa y veo que Miguel se sonríe no sé si porque nota mi asombro o porque somos animales de costumbres que vivimos en lugares distintos. Pero la tolerancia está allí. En una sociedad madrileña que me imagino tiene más rasgos conservadores que la nuestra, peruana e iquiteña.

Creía haber visto de todo. Pero faltaba la despedida. Tenía que partir a las cinco de la mañana para tomar el bus. La misión era cruzar la avenida que me separaba del hotel a la estación. Era sábado y la madrugada era una fiesta. Olor a humo mezclado con aromas juveniles y gente con tragos que daba rienda suelta a sus amores. Todos parecían divertidos. Así dejaba Madrid. Arrastrando mi maleta con el temor que alguien me la quitara. Pero ya Miguel me había enseñado el recorrido por lo menos dos veces para no perderme. Pero no me advirtió que había tanta gente perdida a la hora y día que iba a recorrerlo solo con mi soledad. Pero la madrugada de Madrid fue inolvidable como lo fue esa paella exquisita y esa sangría más exquisita que nos soplamos con Sonia y Miguel en el centro de la capital española como fin de una visita que puede resumirse en una frase de un personaje del recién descubierto español Vila-Mates: “no hay amigos sino momentos de amistad”. Y los pasados con la pareja Donayre-Franco fueron momentos de eterna amistad. Palabra. No les miento. Palabra. Así te dejo Madrid, con aguacero y con un waka waka mezclado entre cinturas y versos de la colombiana y del poeta de Santiago de Chuco.

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