Por estos magros tiempos cuando viajo en el metro, tren, autobús sin querer escuchó la conversación de la gente y casi siempre hay una constante: las malas condiciones laborales como el trabajar más allá de las ocho horas y sin retribución, no se pagan las horas extras o estas son en negro, chambas cada vez más irrespirables, que el pago es una mierda con el que no se llega a fin de mes. Amén de los trabajos precarios, estos muchas veces son promovidos por el mismo Estado que viola sus propias reglas. Está muy claro que el trabajo no libera, nos aliena, nos encarcela. En esas condiciones no es digno, te humilla, te lesiona la autoestima. No me extraña que haya movimientos en contra el modo de imposición del trabajo desde hace un buen tiempo, uno de esos pensadores fue el yerno de Carlos Marx, Paul Lafargue, se casó con Laura, una de sus hijas y publicó “El derecho a la pereza”. En estos días pesa mucho el malestar. Frustración. Desolación y poco optimismo para el futuro. Están corroyendo los buenos ánimos. Tenemos en Japón, sociedad industrializada, quienes refutan esa alienación por el trabajo como es el caso de los Hikikomori o en otra escala como el de la floresta, desde hace un buen tiempo, camina el denominado quillaoficio (a muchos artistas de la floresta lo llaman así despectivamente) ¿podrá haber quillaoficios ilustrados? La educación ya no es la tabla salvadora si recordamos al mantra que nos recitaban nuestros padres para alentarnos a estudiar. Entras a un bar a tomar un café y el tema entre los parroquianos, muchas veces, es el mismo sobre la decepcionante y desgastante situación  laboral. Me enteré de primera mano una historia que me fastidió varios días. Un pata ucraniano trabajaba de conductor de camiones de mercancías por las carreteras de la Unión Europea. Un buen día casi al cumplir los cincuenta años le comunican por carta que estaba despedido. El vivía con su hija que estudiaba en la universidad. Su pago del paro era alrededor de quinientos euros mensuales y pagaba de alquiler trescientos euros, le quedaban solo doscientos euros para la manutención de él y de su hija. Para dar la puntilla, cuando hablé con él, su pago del paro ya se terminaba y no encontraba trabajo por más puertas que haya tocado y cursos de reciclaje (aggiornamento) en los que estudiaba. Me confesó que estaba dispuesto a trabajar de lo que le presentara y aún así seguía en el paro. Mientras me contaba su caso se me hacía un nudo en la garganta y la impotencia de no poder hacer nada. No es un momento fácil y de acuerdo a las perspectivas económicas esta situación nos acompañará un largo trecho todavía, la pobreza se agudizará y la riqueza de unos pocos crecerá exponencialmente. La economía capitalista que redistribuye ha entrado en un bucle que no sale desde hace un buen tiempo y el trabajo cada día dignifica menos ¿sólo el trabajo nos libera?

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