Los políticos y políticas son los que deben respetar más la ley, más si estos o estas ocupan un cargo oficial. Esto debería ser la regla. En los países anglosajones cuando éstos o éstas son pillados públicamente, por lo general, como es el caso una infracción a las reglas de tráfico (conducir con unas copas de más, no respetar las señales de tráfico entre otras) al día siguiente dimiten o renuncian al cargo que estaban ocupando. Porque se parte del axioma que nadie puede estar encima por la ley si no estamos ante un régimen de excepciones, patrimonial, de prebendas, de amiguetes, de pandereta y butifarra. En el contexto afro-caribeños- americanos es muy recurrente escuchar que ante la detención por una infracción por un guardia de tráfico quien ocupa el cargo oficial con el rostro sañudo espeta inmediatamente, ¿no sabe con quien está tratando?, entre otras sandeces muy socorridas del momento. Es que este incidente es una fotografía de la convivencia social, nos dice que los políticos y su casta están por encima por la ley. La ley para los cojudos. Como decía ese dicho popular, a mis amigos todo, a mis enemigos la ley. Es una situación de un pensamiento que nos retrotrae con el siglo XIX o de más atrás. Cada vez estoy más convencido que la democracia no es cuestión de ir solamente a votar si no que esta se ejerce todos los días empezando por las autoridades, deben cumplir escrupulosamente las reglas de juego, sí ellos o ellas la incumplen cualquier cosa se puede esperar. Este rollo cívico es a raíz de un incidente de una política conservadora de Madrid que criticaba a todos y todas, y exhortaba al cumplimiento de la ley, claro, salvo cuando a ella la pillaron cometiendo una infracción y apeló a todos los resortes del poder, una pobre diabla. Eso no es juego limpio.

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