Todos los días las noticias y las imágenes sobre los desplazados que vienen a Europa no hacen mella en las emociones de las personas que habitan en este continente. Las cifras frías de muertes no les remecen, son simples datos. No se inmutan. Es más, les da lo mismo que mueran uno o veinte. Ni siquiera presionan a sus gobiernos para que estos hagan algo por esas personas que son parte de la humanidad. Más bien los que se están movilizando es la gente de la extrema derecha exigiendo a sus gobiernos levanten muros físicos y mentales, agilicen los procesos de las órdenes de expulsión contra estas personas que huyen de las guerras- es el miedo a perder su zona de confort y a la competencia.  Una de esas brillantes y lúcidas ideas que están implementando los gobiernos europeos, Dinamarca y Alemania, es la requisa de los pocos bienes que puedan traer ellos y ellas al huir de las guerras civiles y otras tragedias en sus países de origen. Eso es para decir, tras cuernos palos, y trasmite, dicho sea de paso, la poca compasión y comprensión europea que generan las personas en situaciones difíciles. Un continente que ha pasado por guerras mundiales, una tragedia como el genocidio de los alemanes contra judíos, gitanos y homosexuales es completamente ciego a lo que pasa por su entorno. Cierra los ojos. Se tapa los oídos y se cierra la boca. ¿Europa con comportamientos así puede enseñarnos a valorar  la dignidad humana?, ¿de derechos humanos?, ¿pueden dar lecciones de solidaridad? T. W. Adorno decía que después de lo de Auschwitz todo no podrá seguir siendo lo mismo. Pero parece que esa máxima del filósofo alemán ha sido dejada de lado por sus propios paisanos. Es una vieja pesadilla que vuelve a azotar a la humanidad y está no reacciona.