El enorme Jonathan Swiff, el que escribió los Viajes de Gulliver,  recomendaba a los escribas de su tiempo buscarse un partido, un auspiciador, para llenar la olla y ganar el bocado diario. El señor Roger Rumrrill, aquel de la autoritaria y pedantesca fracesita “no me molesten más”, ha llevado ese consejo a un extremo fulminante. Es tan radical en su servilismo al poder de turno, a los que mandan en este país, que en su larga carrera asesorista ha lactado de todos los regímenes sean de derecha, de centro, de izquierda, del costado, de adelante, de atrás. Hombre de varias mandíbulas, de variados apetitos insaciables, come muy bien en cada gobierno.

En el presente, con el corazón contento y el estómago repleto, anda fungiendo de recalcitrante nacionalista, de severo soldado del antisistema, de cumplido militante del humalismo. Decimos fungiendo, porque había una vez que el citado servía a los intereses del fujimorismo. Los que pueden dar fe de esa opción preferencial por el arribismo o el oportunismo son el señor Tomás  Gonzáles Reátegui y la señora Nery Salinas. En nuestros archivos obra una cinta grabada donde el asesor múltiple se manda un encendido discurso en Nauta, a favor del libre mercado, la inversión extranjera y otras hierbas. A su lado estaba don Tomás  Gonzales. Del servicio a la susodicha dimos cuenta ayer.

Lo más grave de todo es que había una vez que el asesor de tantas gestiones estuvo en contra el tratado con el Ecuador. Hay escritos sobre ello. Pero hubo otra vez que en un libro suyo se publicó el texto del Acuerdo con el país del norte. ¿Había cambiado de parecer? ¿O no le importó la elemental coherencia? En su loca carrera por asesorar a quien quiera que fuera, acabó postulando por el partido escobero de Fernando Olivera. ¿En qué otra falange militará mañana a más tardar, tanto a favor como en contra, el vasto asesor de tantos regímenes?