Si bien dicen por ahí que hay que temerle al primer hijo porque pensamos que es tan bueno, tan lindo, tan adorable y sobre todo tan tranquilo que es cuando nos animamos a ir por el segundo, claro pensando que será igual.

!!Y ooh!!! sorpresa!! no lo es (y que bueno)  ningún hijo es igual al otro (Gracias a Dios) Con el primer hijo todo el tiempo estás aprendiendo y él contigo. Vas conociendo tus límites como madre y tu hijo va dando la pauta en la educación.

Y entonces vas encontrando a un “hijo perfecto” educado, bien portado, tranquilo que claro cuando estás tú es un poco más inquieto y su comportamiento cambia en comparación con la escuela y no digamos con los abuelos.

La razón de ese cambio de comportamiento en tus hijos es porque en casa se sienten seguros y en confianza con el espacio y las personas de casa. Digamos que tienen una doble personalidad y poco a poco van dejando ver lo que quieren y les conviene con quienes ellos deciden.

Cuando nace el segundo hijo te das cuenta que en realidad el primero es, como se dice comúnmente “un ángel de Dios” (lo sé no es bueno comparar) pero inevitablemente lo hacemos. La gran mayoría de las veces el segundo hijo resulta ser un torbellino pasa como “demonio de tasmania” arrasando con todo, rompe más cosas que el primero, raya las paredes que no conocían el poder de un plumón en las manos de un niño y un sin fin de cosas que no sabías que podían pasar.

Muchas pueden ser las razones por las cuales los segundos hijos resultan ser tremendos. Una se la podemos atribuir al hecho de que el hermano mayor lo motiva a hacer las cosas, por ejemplo a caminar, a ir al baño, a hablar, y a un sin fin de cosas que quiere lograr por agradarle al que se convertirá en su ídolo. Sumado a que el segundo hijo, creemos, se cansa de esperar, de ser el que nació compartiendo todo desde un principio y siempre tiene que esperar a que el grande sea atendido, por ejemplo: está acostumbrado desde pequeño a que si el mayor gritaba “quiero ir al baño” el segundo era dejado en la cuna para atender al otro. Ese es uno de los tantos ejemplos y también una de las tantas teorías.

Debemos reconocer que cada uno de nuestros hijos son distintos que requieren de formas y tratos diferentes a la hora de educar pero indudablemente son maravillosos y a cada uno se le ama con la misma intensidad. Y gracias a esa diversidad tú logras ser una mejor madre.