Estos días de invierno tengo una rara sensación. Como que no haya una puerta abierta a que todo esto que vivimos  cada día, en la vida política, pueda cambiar. Seguimos nadando en el fango y nadie se mueve de él. Parecía que los nuevos actores políticos en España iban a dar un aire fresco a la política, sin embargo, todo hace pensar que han vuelto al mismo rollo. Mi decepción en particular es con el líder de la agrupación Podemos. De los otros no esperaba nada. La agrupación citada surgió con un nuevo discurso de cara al bipartidismo y a lo tradicional en la política que ha hecho que la gente huya o tenga un mal concepto de la política y de los políticos. Son agrupaciones y personas hechas para los chanchullos. Una de las pruebas de fuego era el nuevo escenario político que suponía, y supone, negociar con las otras fuerzas políticas de distintas posiciones políticas. El líder de esa agrupación es un mal negociador, pésimo. No supo dar con la tecla oportuna y adecuada en los días de la negociación. Me sorprende que un pata como él que hablara que hay que promover la “feminización de la política” en su grupo negociador había pocas mujeres y manejó las negociaciones en clave de testosterona. Se le notaba falta de tablas. Primero, fueron sus negociones en el Senado que lo sacaron de la Junta Directiva los partidos de siempre. Luego, la negociación en el Congreso de los Diputados que dio mayoría a las fuerzas conservadoras con la miopía del partido Socialista. Era una suma de desatinos. Casi al final de la negociación para la investidura y el nuevo gobierno intervino una mujer, una política valenciana, de gran valía, y ha logrado, en algo, enderezar las negociaciones. Pero ¿por qué no acudió a las mujeres de su partido o alianzas para negociar con las otras fuerzas políticas? Esta mujer que ha intervenido en el tramo final de esta negociación tiene otros mimbres, otra sensibilidad y lúcida experiencia. Ha sido una gran oportunidad desperdiciada. Una gran desazón.