Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) un servicio esencial es aquel “cuya interrupción podría poner en peligro la vida, la seguridad o la salud de la persona en toda o parte de la población”. Siendo así, un servicio esencial, en el sentido estricto del término, considera admisible prohibir el derecho de huelga o, en todo caso, restringir dicho derecho de manera que el servicio no pierda su continuidad en función al superior propósito del Estado de proteger a la persona humana.

Esos servicios esenciales según la OIT son: los servicios hospitalarios, los servicios de provisión de energía eléctrica y de abastecimiento de agua potable, los servicios de comunicación y el control del tráfico aéreo. A pesar de ello, hace poco fuimos testigos impotentes del fallecimiento de un niño de la etnia shawi en un hospital de Yurimaguas sólo porque un grupo de huelguistas no dejaron que los médicos atendieran la situación de emergencia en la que se encontraba el pequeño.

A partir de esta amarga experiencia,  creo que debería promoverse una ley que -sin irrespetar el derecho a la huelga- prohíba terminantemente y bajo pena de sanción efectiva que los actos propios de una huelga (marchas, arengas, plantones, pintas, actos de sacrificio, etc.) en el sector salud se realicen a una distancia prudente e inocua de un establecimiento sanitario. Es inaceptable que cerca de los pacientes en recuperación o en tratamiento tengamos un tumulto ruidoso o, lo que es peor, una quema de llantas que asfixia y perfora los pulmones de los usuarios del sistema de salud pública. Y lo más injusto y descabellado es que estos actos nos parezcan normales y hasta los festejemos en los medios.

Regresando al concepto de servicio esencial. ¿Usted se imagina la catástrofe que ocurriría si un día los sindicatos de las empresas eléctricas de todo el Perú decidieran discontinuar por huelga la atención de ese servicio? Se paralizarían las fábricas, las empresas sufrirían grandes pérdidas por reducción de ventas que fagocitarían empleos e ingresos; no funcionarían los aeropuertos, las oficinas públicas, los medios de comunicación; los hospitales y colegios sufrirían serias restricciones; el tránsito y el transporte sería un caos impresionante; no habría forma de recargar las baterías de los celulares, éstos se apagarían, y al apagarse no podríamos hacer uso de los diferentes aplicativos de comunicación de los que hoy disfrutamos; los alimentos perecibles y las carnes se podrirían en 48 horas; no habría agua potable en las viviendas ni en oficinas, ni en negocios, con lo cual la insalubridad de los hogares y ciudades se tornaría insostenible.

Pues, precisamente por eso el servicio de energía eléctrica en todas las naciones del mundo es un servicio esencial en el que no se admite huelga porque pondría en riesgo la seguridad de la población. Si acaso se produjera una huelga, el Estado tendría que tomar las medidas correctivas inmediatas para reponer el servicio. No son, sin embargo, para la OIT, servicios esenciales: la radio y televisión, el sector minero, los bancos, los transportes, la construcción, la fabricación de vehículos, el sector de la educación, entre otros.

Ahora bien, si bien es cierto, la OIT señala que el sector educación no es un servicio esencial, la declaración de esencialidad depende en gran medida de cada país, de su marco jurídico y de la gravedad de interrupción del servicio. En el Perú, la Ley 28988 dada por el Congreso de la República y reglamentada mediante Decreto Supremo N°017-2007-ED declaró la educación básica regular como servicio público esencial atendiendo a la finalidad de asegurar la continuidad del servicio educativo, pues la educación es un derecho fundamental de la persona reconocido constitucionalmente.

No sé mucho que habrá pasado con esta normativa, pero aun cuando esta opinión mía pueda parecer “políticamente incorrecta”, mi sugerencia es que si se ha derogado éste es el momento de retomarla reformándola, y si no se ha derogado la misma debe aplicarse con la sensatez que amerita el caso. Sensatez que, a mi juicio, implica persistir en el diálogo.