Las redes sociales son un caladero de retratos líquidos, allí anidan imágenes edulcoradas de estos tiempos de pequeños relatos y peregrinos desnortados – me parece bien que andemos sin brújula, presumiblemente, el viaje será de una gran cosecha de la experiencia. Hace poco se celebraba una fiesta o día especial en el ámbito latinoamericano como es el día del padre. Con este evento las redes sociales hacen emergen al paleto o paleta que cada uno llevamos dentro con mucha dignidad creo yo, unos más que otros. Hay algunos que mandan saludos a todos los padres de Perú y del mundo mundial, me pregunto a título de que van esos saludos ¿se han declarado los hijos morales de la humanidad? Hay que morderse la lengua y respirar tranquilo en este proceloso mar líquido. Otro retrato es el relato de la cónyuge que agradece al Altísimo, como decía un expresidente de Perú, y demás penates por la suerte de contar con el gran marido que tiene. Bueno, esta estampa tiene mucho más miga psicoanalítica ¿era necesario mostrar el cariño públicamente?, ¿sería un mensaje en clave a otra persona? Bueno, es que las palabras así expuestas, a pelo, se prestan a ello ¿No sería mejor mostrar los afectos y carantoñas en el ámbito privado? Hay una última estampa, entre muchas, en la cual se muestra una imagen de toda la familia, claro, festejando el día en un restaurante de lujo. Lo curioso es la foto. En el primer plano los hijos en una mesa aparte. Y en la mesa del fondo los padres. La foto es acompañada con la sumilla: al padre ejemplar y él mejor del mundo. La imagen delata todo ese discurso edulcorado suena a falso. Se muestra un padre jerárquico y alejado de los hijos, como cada uno en su mundo, ni se diga de los que están mirando el móvil antes de comer o en plena comida. En todos estos casos, muestran los tiempos vacuos que corren, más que vivir el momento es tomarse la foto.