En el caso de la floresta cuando se refieren a ella se cae en una perniciosa, o quizás en el facilismo o lo que está más a la mano, generalidad de la novela de la selva, ¿es el gigantismo del bosque?, ¿se puede escribir sobre la selva? Gana y nos gana la inmensidad de la naturaleza. Nos ciega muchas veces. Es una realidad abrumadora, por eso lo de la novela total del palustre es una virguería de los escritores del boom porque la enormidad (compleja y contradictoria) de la selva lo demuestra. Los relatos en la maraña están fragmentados y en diferentes tiempos y mundos; no hay una sola voz, hay muchas voces en diferentes decibelios, distintos “formatos”. Es por eso, el principio que el gran relato ha muerto cobra enorme fuerza. La gran historia ha pasado a mejor vida desde hace mucho tiempo aunque algunos siguen con ese sueño de la novela total y hay que dejarlos, cada uno encuentra su camino. Bajo este epítome del gran relato ha muerto suscribo que quienes escriben y escribimos sobre la floresta escriben de una parte de ella, una parte muy pequeña. No de toda, sería imposible. Además, sería una tarea casi imposible. Es por eso necesario que puedan surgir muchas voces y expresiones para poder dibujar, mínimamente, la floresta. Desgraciadamente, lo que pesa mucho y manda es el relato hegemónico del viajero que trae en la mochila de equipaje muchos anteojos. Es necesario plantar cara y pintarnos el rostro en señal de declaración de guerra ante este relato frívolo y de miradas extrañas. Sí, sabemos que es una tarea titánica, casi solitaria, incomprendida por propios y extraños. Pero hay que hacerla. Si no nos seguirán pintando la cara y nosotros seguiremos sin saberlo.

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