Las ciudades y quienes escriben hay una alianza implícita. Si no hubiera esa alianza implícita no se pudiera escribir. Las ciudades son los lugares donde moramos, amamos, nos desamoramos, volvemos a enamorarnos, vivimos, hay amigos, como no, enemigos también, amigas de grandes y amenas tertulias entre otras muchas situaciones de nuestra vida social. Es un poso de vida y una veta enorme para quienes escriben. Y, muchas veces, relacionamos las ciudades con los escritores o escritoras. Recuerdo que cuando estuve en Buenos Aires me venía a la memoria las descripciones de Borges sobre la ciudad, de sus calles. Claro, hicimos el recorrido que hacía desde la Plaza de Julio Cortázar hasta la plaza Italia, era huronear sus huellas, volver a pisar sus pasos. En Dublín seguimos los rastros de James Joyce, pudimos llegar hasta una vieja casona del “The James Joyce Centre” que nos daba más señas sobre este gran escritor. Era revivir la ciudad. O Jane Austen con el pueblo de Bath, Inglaterra, que es todavía una asignatura pendiente de los viajes. En Estambul me pasó algo curioso, es que leí a O. Pamuk después de visitar Estambul, me dije para no ir con la mochila llena de prejuicios, me equivoqué. Cuando leí “Estambul” de este premio Nobel de Literatura amé más esa ciudad. Ese peso de la nostalgia en la atmósfera urbana es lo que más me impresionó. Por estos días ando tras los pasos de Jorge Amado y la ciudad de Bahía, San Salvador de Todos los Santos, como se diría en estricta literalidad del nombre. Amado nos transporta al bullicio, al desorden, a la belleza, al mestizaje de sangres y culturas, al mar de Bahía, es simplemente brillante. Decía una filósofa española que una ciudad sin escritores o escritoras es una ciudad muerta. Con poca vida, añadiría. Y desgraciadamente, Isla Grande no tiene escritores o escritoras que cincelen sus calles y su historia.