He regresado a Requena en otro tipo de giras. Profesionales, la mayoría. Algunas empresariales. En todas ellas he tenido la sensación de volver a un lugar de mi infancia. Sigue con “una escuelita tras la parroquia, donde sus hijos estudian ya”, como la inmortalizó Raúl Vásquez Rengifo, el mounstruo.

Vaya, vaya. El primer viaje, la primera gira, el primer amor, el primer atisbo vocacional y otras cosillas más las viví en lo que se llama “La Atenas del Ucayali”. No es necesario redundar para explicar por qué aquello de Atenas y por qué este “pueblito muy chiquitito” siempre me da buenas vibras. Habrá sido el octubre de 1977 ó 78. No es necesario realizar averiguaciones en el almanaque para recordar como si fuera ayer la surcada y bajada por el Ucayali, por el Tapiche y la caminata por sus calles. Nos fuimos con el equipo de “Los seis diablos” y ganamos por goleada en el campito del Colegio “Agustín López Pardo. Yo me sentía un jugadorazo, sin duda.

Pero también recuerdo que en sus calles, megáfono en mano y recién cumplidos los 9 años, me estrene con lo que sería años después una parte de mi profesión: la locución. Casi en fila india, acompañado de los arqueros, defensas y delanteros me paseaba por sus pistas invitando a los requeninos a ver el partido en el colegio emblemático. Todos mis compañeros tenían el mismo sentimiento: estábamos de gira provincial gracias al buen juego que teníamos. Sin embargo, para mi existía un ingrediente especial: la enamorada prematura también tenía familia por esos lares, así que medio a escondidas nos ingeniamos para coincidir en ella. Por eso, mientras escuchaba la canción del Señor de los Milagros por los altoparlantes de la Plaza que se percibía con estruendo en el único hotel de la ciudad, tanto la canción como la plaza y Requena misma me es inolvidable e indispensable en mis añoranzas taciturnas. La cogía de la mano tanto tiempo como el adecuado para que nadie se enterara de nuestro enamoramiento. Pero, con cierta complicidad que luego no sería –lamentablemente- recíproca por lo menos una de mis hermanas dejaba entrever ese enamoramiento en las comidas ya sean vespertinas o nocturnas.

He regresado a Requena en otro tipo de giras. Profesionales, la mayoría. Algunas empresariales. En todas ellas he tenido la sensación de volver a un lugar de mi infancia. Sigue con “una escuelita tras la parroquia, donde sus hijos estudian ya”, como la inmortalizó Raúl Vásquez Rengifo, el mounstruo. Será también por eso que cada vez que leo noticias sobre los males que sufre algo de mi humanidad también sufre. No hay iquiteño que se respete que no haya tenido algo que ver con esta ciudad. Ya sea porque en su internado recibía clases uno de los familiares o porque un fin de semana cualquiera uno tenía la posibilidad de darse una vueltita. Hoy tiene más de diez hospedajes que van camino a convertirse en hoteles y su crecimiento demográfico es notorio por la migración que recibe y resiste. Una ciudad que es inolvidable por las consideraciones expuestas en el primer párrafo no sólo merece unas palabras sino un respeto y admiración que se acrecienta con el tiempo. He dicho.