ESCRIBE: Jaime Vásquez Valcárcel
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Estoy en vigilia dentro de mi vigilia. Insomne dentro del permanente insomnio de mi existencia. Quizás, lectores que siguen con regularidad los escritos irregulares con los que pretendo ponerle buena cara a la tristeza, no me entiendan o –en el mejor de los casos- lo hagan a su manera.

Desde que leí las palabras finales de “Cien años de soledad”, donde Gabriel García Márquez afirma algo así como que “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad en la tierra”, inconscientemente cada vez que tengo en mis manos un libro ojeo la hoja final. La frase final. Más que el inicio me provoca leer el final como adelantándome al epílogo. Me emociona más aquello que el inicio aquel donde Gregorio Samsa despierta convertido en lo que Franz Kafka narra en “La metamorfis”. No pregunten más porque más respuestas quizás no encontrarán.

“Si tus muertos te eligen, si te siguen, es porque buscan que les pongas voz, que rellenes los espacios vacíos, las grietas; que acopies, administres y compartas sus mentiras y verdades que, en el fondo, no son tan distintas de las tuyas. Quizás escribir sea eso: invitar a los muertos a que hablen a través de uno”. Así finaliza Renato Cisneros –¿por qué no firma también con el apellido de su madre Cecilia Zaldívar?, es una pregunta indiscreta que solo leyendo la obra uno puede imaginarse- “La distancia que nos separa” y donde se puede encontrar una terapia de la sociedad. Sociedad a secas. No peruana, únicamente. Mundial, sudamericana, loretana, universal pues.

Pero si el final es tentador lo que aparece en la hoja de créditos es una advertencia inusual pero que llama a la curiosidad. Al ojear esa página cuatro imaginaria donde la editorial saca cuerpo del “trabajo periodístico e investigación respectiva” de Renato uno dice ¿qué cosa?. Y para completar el combazo se añade que es “el autor el único responsable por la veracidad de las afirmaciones y/o comentarios vertidos en esta obra”.

Ya al leer las primeras páginas del trabajo (¿periodístico?) de Renato uno se estremece con las afirmaciones producto de su creación (¿investigación?). Y, claro, uno puede leer “Patrimonio” de Philip Roth –ese escritor judío-norteamericano, linda combinación genética, ¿dí?- y “La casa de los espíritus” de Isabel Allende y se identifica con la relación padre-hijo, padres-antepasados. Con la estirpe, pues. Pero lee lo de Cisneros Zaldívar y se recontra identifica con el paisaje y personajes. Ya sea el cura tatarabuelo o el abuelo bígamo o el padre infiel. Claro, ya en el siglo dieciocho los curas tenían hijos, porque tenían mujeres y porque aquello de la castidad era solo una elasticidad, para jugar con las rimas que tanto gustaban al Gaucho Cisneros y que tan bien los redactaba su hijo. Ya en años anteriores los hombres dormían en una casa y despertaban en otra. Ya en el pasado los esposos se peleaban con las cónyugues porque una majadera era tercera amorosamente no responsable. Si las primeras páginas son de curiosidad y de hallazgos las últimas son de sollozo. Serio. Lagrimeo puro. Y –por cuestiones de espacio autoimpuesto y que son deberes sagrados que cumplir- como ya debo concluir esta columna tomo como una ironía de la vida que cuatro días después de haber iniciado su lectura me toque leer la última frase pasando el túnel que avisa la llegada a Tarapoto desde Yurimaguas, un día miércoles 15 de julio del 2015, quizás en la misma hora que el general Luis Cisneros Vizquerra hace exactamente dos décadas expiraba en Neoplásicas de Lima. Cierro el libro y miro al aire antes de embarcar hacia Lima y creo ver en el cielo a todos los muertos que me ha mandado la vida y que, creo, acuden en mi ayuda en los peores y mejores momentos de esta y de todas las vidas. Ojalá, digo, se pueda presentar esta obra en la tierra, aunque el autor se irá a Europa luego de la presentación. Pero Renato, no seas ingrato, Iquitos tiene que ser la primera ciudad donde se presente la obra y, aunque seamos últimos en comprensión lectora, por lo menos que seamos los primeros en comprender la novela que acabas de regalar a no todos los peruanos.