Desde que tenemos uso de razón la politiquería vence en cualquier campaña electoral. Uno de ese equívoco linaje, por ejemplo, ofreció levantar de las cenizas esparcidas el cine teatro Alhambra. Otro, de la misma raza pervertida, prometió edificar un moderno teatro nadie sabe dónde. Un censo abundante sería referirnos a esa desgracia cívica. Henos aquí, ahora, otra vez ante penoso espectáculo. La cosa viene desde Lima, por supuesto. En la mañana de ayer, en una entrevista en Radio Programas del Perú, el señor Gustavo Pacheco exigió que se hiciera la prueba toxicológica a don Alejandro Toledo. El señor Gonzales Arica puso el grito en el cielo y se armó la bronca. El primero de los nombrados fue servil del líder de la chakana.

Entre nosotros el asunto de las migraciones es igual de lamentable. Nadie podría sospechar, hasta hace poco, los cambios que iban a ocurrir durante esta campaña. El tránsfuga más notorio es el doctor Javier Chachapoyas, de las filas del nacionalismo pasó, sin mayores culpas o rubores,  a las  huestes derechistas de Castañeda Lossio. El cambio es tradición entre nuestros políticos. Es muy difícil  encontrar a un político en su militancia original. El censo de lo que hacen y dicen los politiqueros sería aparatoso, cansante, inútil.  He aquí, sin embargo, una pequeña y mezquina muestra. La oferta de trenes, conexiones de energía, hidroeléctricas, carreteras, acabar  con la corrupción, de suprimir la pobreza, de disminuir la desocupación, etc, son como las emisiones de un disco rayado.

El disco de moda, el disco de siempre. La misma pésima música en la que tenemos que vivir hasta el día de la votación oficial. Como condenados a la penuria de soportar a los politiqueros que cada vez salen de sus retiros o sus covachas para intoxicar nuestras pobres vidas.