Por: Moisés Panduro Coral

 

Tenemos por delante un desafío ciclópeo si queremos que el crecimiento económico que debemos recuperar se traduzca en una sociedad horizontalmente justa, con millones de peruanos trasvasados de manera creciente, digna y sostenida desde la zona de escasez monetaria y de oportunidades hacia la clase media, en un esfuerzo nacional que nos coloque en el año 2021 como una nación con 10% de pobreza.

Si la política es la que hace la economía, base para la redistribución, la horizontalidad y la justicia social, entonces tenemos que ir al fondo del asunto, es decir, no sólo tenemos que proponer los caminos, los procesos y las metas para alcanzar una robusta economía, sino que es imperioso, inexcusable y urgente que propongamos y nos comprometamos a recorrer las rutas, a implementar las reformas y a conseguir los indicadores que permitan recuperar el sentido prístino de la política que es la de ser una herramienta eficaz de servir a los demás, y no un modo de medrar a costa de los demás.

Una rápida lectura del actual escenario preelectoral nos indica que no la tenemos fácil. Nuestra política está llena de ese fatuismo retorcido, de esa banalidad aviesa y de esa concupiscencia capitalista, de las que Haya de la Torre se mantuvo distante como norma de vida. Nuestra política está podrida desde que se ha trastocado en un mercado. No importa el adjetivo que le pongamos a ese mercado, si persa, si libre o si negro, da igual; lo real es que es un mercado donde los puestos en la listas pasan por cajatambo, donde la villanía del rufián se puede imponer si no estás atento y donde los saltimbanquis electoreros brincan acrobáticamente de un lado a otro tal si fueran macacos chillones en una ópera bufa. La política se ha podrido de la cruz a la fecha.

No nos sirve ni nos servirá de nada tener una buena economía, si la política está podrida. El deber de quienes proponen una economía incremental y vigorosa, también es diseñar mecanismos políticos que afirmen la democracia como igualdad de oportunidades y como un sistema de rendición de cuentas y de obtención de resultados tangibles y favorecedores del desarrollo humano. El deber de un estadista o de un político debe ser implementar esos mecanismos para evitar que el 20% de todo ese brío productivo del país se pierda en corrupción y en boato fascineroso; es filtrar y frenar el acceso de los ladrones de fondos públicos y de sus compinches a los partidos políticos; es exhibir una conducta con errores humanos, sí, pero no con uñas largas, ni con farsas, ni con caretas.

Creo que el momento que vive el país y la fecha del bicentenario de nuestro recorrido histórico republicano, es propicio, no ya para reflexionar -de reflexiones ya tenemos bastante- sino para sumergirnos, comprometernos, involucrarnos en la edificación democrática de una nación económicamente próspera, socialmente igualitaria, ambientalmente responsable, y políticamente honesta. Si no hay honestidad, no puede hablarse de responsabilidad; si no actuamos con responsabilidad no podremos construir la igualdad; y sin igualdad, jamás habrá prosperidad. Ése es el ideal revolucionario que nos anima, ése es el propósito de la izquierda democrática de pan con libertad que empuñamos, es el trazado de una culminación sin claudicaciones en nuestro rastro existencial.

Para esta gran tarea se necesitan políticos, no aventureros, ni rateros. Es hora de refundar la política.

2 COMENTARIOS

  1. Para que un comentario sea serio y responsable primero el mensajero debe identificarse…no les parece?..Por que algunos se esconden en alias y el anonimato para desbrozar sus traumas y complejos.

  2. Que raro
    O no se da cuenta de lo que escribe o ya deslindó de esa mafia llamada Apra.
    Si es el primer caso, te la juegas, Alan no te perdonará.
    Si es el segundo caso, no serías el primero, muchos apristas no quieren saber nada de la podredumbre y deciden apartarse con la frente en alto.

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