Digamos que la política existe porque el hombre es un animal político. Un animal político derivado de su condición de ser social y de ser racional, según el concepto primigenio de Aristóteles. En tanto ser social, tiene la necesidad de convivir con los demás hombres y con su entorno, para eso forma familias, asienta ciudades, domina su medio. En tanto ser racional, se guiará por la razón, y será la razón la que le impulse a buscar la justicia, sin el cual es imposible la convivencia humana.

Contraria a la justicia es la desigualdad, un estado social que es el caldo de cultivo para los conflictos en toda sociedad.  Resolver las desigualdades es un asunto de la política, pues ésta tiene como finalidad suprema asegurar la felicidad. Para cumplir con su fin, la política se sustenta en las leyes, en las virtudes humanas, en la ciudadanía participativa, y por extensión en el sistema político mismo. Por tanto, el mejor sistema político será aquel que tenga los mejores políticos, los mejores ciudadanos, las mejores leyes y las mejores virtudes.

De lo anterior se desprende que el sistema político es clave para alcanzar justicia. Si hay injusticias es porque el sistema político no está funcionando; si a pesar de los esfuerzos, las desigualdades persisten es porque el sistema político imperante está siendo incapaz de dar una respuesta adecuada a la demanda de justicia de sus ciudadanos en cada tiempo y lugar. Igualmente, si la política solo implica posesión de derechos, pero no observancia de deberes, es obvio que algo está fallando en el sistema. Lo ideal es que no solo busque justicia blandiendo mis derechos, si no que erija justicia, plasmando mis deberes.

Esa incapacidad, esa falla, esa disfunción, tiene causas que la explican. La restricción de las libertades es una de ellas, y es propia de sistemas autoritarios en los que se establecen deberes, pero se conculcan derechos. En estas sociedades el propietario de la razón es el sistema y el régimen que lo representa; la justicia es entendida como la igualdad en la pobreza, y el enemigo identificado siempre está fuera del sistema, nunca dentro de él.

Otra causa es el absoluto falseamiento contemporáneo que ha sufrido la política, pues ésta ha sido confundida con la crematística. Para Platón  «la política es el arte de gobernar a los hombres con sus conocimientos, con el fin de asegurar la felicidad de los ciudadanos mediante la estabilidad y la paz”. La crematística para Tales de Mileto es “el arte de hacerse rico”, mientras que para Aristóteles es “un conjunto de ardides y estrategias de adquisición de riquezas tendientes a facilitar el crecimiento del poder político”.  Salta a la vista que la política ha dejado de ser una herramienta para alcanzar justicia e igualdad. Lo que tenemos en la praxis y en el imaginario colectivo es la crematística. Lo estamos palpando en la tragedia que vive el sistema político de nuestras naciones, que se desangra herido de muerte por la corrupción que es una práctica opuesta al sentido de justicia que, según Aristóteles, debe tener la política. Lula, Chávez, Maduro, Humala, Toledo son la mejor expresión de esa tragedia.

Finalmente, una tercera causa es la nula formación en ciudadanía. Es verdad que se hace necesario reformar el sistema político. Estoy de acuerdo en que hay que fortalecer los partidos, corrigiendo sus prácticas de democracia interna, eliminado el voto preferencial, filtrando a sus militantes, sancionando los casos debidamente individualizados de corrupción y de transfuguismo. Hay que mejorar la producción legislativa, con un sistema parlamentario bicameral y un afianzamiento progresivo de la calidad de la representación. Hay que detener cualquier injerencia e influencia del narcotráfico, del terrorismo y de gobiernos extranjeros en las campañas electorales. Hay que frenar el drenaje de dinero en municipalidades y regiones ganados por la crematística. Hay que eliminar esa casta política que surge de la conveniencia y no de los principios.

Sin embargo, poco se podrá reformar si no hacemos pedagogía para formar a los ciudadanos. Hoy, en una radio local, propuse que se inserte como contenido obligatorio el sentido aristotélico y platónico de la política. Ese sentido que tiene su máxima expresión en la biografía ejemplar de un político extraordinario como lo fue Víctor Raúl Haya de la Torre.