Por Filiberto Cueva

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“Aléjate de los espacios públicos. Evita ir a museos. Centros comerciales y estaciones de tren” me dice muy peocupada mi madre luego de enterarse del ataque terrorista suscitado en Munich el pasado 22 de julio en manos de un joven alemán-iraní de 18 años.

“Es una pena” continúa mi madre, señalando el cómo un joven a tan corta edad es capaz de cometer semejante barbarie. Tomar un arma para acabar con la vida de gente que no tiene la culpa de nada y no pudiendo asumir su culpa y responsabilidad, luego acaba con su propia vida.

¿Qué habrá pasado por la mente de ese joven? Me pregunto. ¿Se habrá sentido solo y sin ilusión? … tal cual nos sentimos muchos jóvenes hoy en día.

En una de sus homilías, Juan Pablo II dijo “Un joven sin alegría y sin esperanza no es un joven auténtico, sino un hombre envejecido antes de tiempo”.

La policía alemana ha interrogado a personas cercanas a este joven, quienes han manifestado que era “callado y no manifestaba signos de fanatismo alguno”. Lo que por supuesto se opone totalmente a la actitud que este joven tomó al asesinar a quienes de seguro, caminaban tranquilos, o con sus preocupaciones del día a día. Gente sencilla al fin y al cabo.

Vuelvo a mi pregunta ¿Qué habrá pasado por la mente de este joven? Y pienso que cuando algo tuvo que decir, no hubo quien lo escuchara, le diera un abrazo y dijera que el mundo somos todos.

Este hecho coincide con el inicio de la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia (Polonia). La tierra de Juan Pablo II y a la que acudirán cerca de un millón de jóvenes de todo el mundo para celebrar la vida y decirle “Stop a la violencia”.

Se espera la visita de más de 2 mil jóvenes peruanos, mismos que se reunirán con el Papa Francisco. De seguro en ellos, junto a los demás jóvenes, brillará una luz capaz de iluminar el planeta entero y que aunque ya no estén, alcanzará a las víctimas de Munich y a quien lo provocó.

Por su parte Merkel, la jefa del Gobierno Alemán ha señalado que se averiguará el qué hay detrás de este atentando. Las hipótesis son varias. Aunque ninguna de ella pone atención en que los jóvenes de esta generación están reclamando ser escuchados. Que los teléfonos inteligentes y la democratización masiva de internet no son suficientes.

Todo parece indicar, que debemos repensarnos constantemente, pendientes a los signos de los tiempos y que, no podemos permitir que las diferencias de ideas y pensamientos tengan como resultado, el derramamiento de sangre. Cuando lo que hoy necesitamos, son abrazos de solidaridad y cooperación, puesto que, nunca como hoy, hubo en el mundo la posibilidad de erradicar con la pobreza y acabar con la indiferencia.